Por Wladimir Turiansky.

Los acontecimientos, trágicos en muchos aspectos, que hoy conmueven dos extremos del mundo, Venezuela en Nuestra América (usemos la denominación del también nuestro José Martí), y Ucrania, allá en la Europa del Este,  no deberían considerarse fuera del contexto histórico que ha marcado, y aún marca, el pasaje del siglo XX al XXI.
Por eso me ha parecido importante repasar algunos hechos ocurridos en este tránsito de siglos, que a lo mejor nos ayudan a comprender mejor lo que hoy está ocurriendo. Para ello retomo algo escrito hace tres años, en la época de la llamada “primavera árabe”. 

Su título era “EL GRAN HERMANO.COM”, y de él me permito recoger algunos párrafos, nada más que para dar continuidad a la presente reflexión.
El título hacía referencia a la novela “1984”, del escritor inglés George Orwell, y al papel que los medios informativos adjudicaban a redes virtuales, como Facebook y Twitter, en las movilizaciones que sacudían a los países árabes del norte de África en aquellos momentos.



El “Gran Hermano” orwelliano ejercía una suerte de vigilancia en defensa del orden vigente. Su misión podríamos definirla como la de prevenir revoluciones. He aquí, sin embargo, que congéneres del Gran Hermano salían del ámbito novelesco para adquirir realidad virtual en esa gran autopista de la información que se llama Internet. Lo realmente curioso es que a diferencia de aquel personaje de ficción éstos no prevenían revoluciones, más bien las promovían.
Al menos, así nos lo informaban los medios cuando nos contaban que el “héroe” de la revolución tunecina resultó ser un joven funcionario de Google, encargado de la promoción de esa empresa para el Medio Oriente, quien además en esa oportunidad había utilizado Facebook para su labor “revolucionaria”. Facebook, como Twitter, según nos agregaban las cadenas informativas, jugaron similar papel protagónico en  el resto de los países árabes del Norte africano, desde Túnez a Egipto, envueltos en tal ola revolucionaria. ¿Qué les parece? No un Gran Hermano, sino dos, dedicados a la “revolución democrática” allá por el Norte de África y el Medio Oriente.

Claro, era difícil tragarse eso, así que me pareció útil repasar un poco la historia, la de la serie de acontecimientos hasta aquellos momentos, y la que continuamos viviendo hasta el presente, en cuyo transcurso se han matrizado en la memoria colectiva dos términos de frecuente utilización en los informativos: “revoluciones democráticas” e “intervenciones democráticas”, hoy difíciles de diferenciar o de separar, pues nos vamos acostumbrando a asumirlas como un todo, con su correlato de la presencia sin tapujos de gobernantes, otra vez de aquél “mundo libre” de los tiempos que creíamos perimidos de la guerra fría, con sus “ayudas” financieras,  militares y políticas.
Vayamos pues a la serie de episodios que caracterizan el citado tránsito entre siglos.

1) Etapa de las primeras experiencias de las “revoluciones democráticas”.
Hace unas décadas tuvimos una ola de “revoluciones democráticas”. Ocurrió en el Este de Europa, allá detrás de la “cortina de hierro”, en el mundo comunista. Las plazas de esos países se llenaron de gente reclamando libertades y mejores condiciones de vida, justísimo reclamo frente a regímenes que creían que sólo se podía construir el socialismo a partir del despotismo, como quien dice “a los ponchazos”.


Esas movilizaciones no surgieron de la nada, espontáneamente. Más bien fueron fruto, o consecuencia, del proceso de apertura política y social iniciado con la “perestroika” soviética que, bajo el lema “más democracia, más socialismo”, abrió cauce a la expresión directa del descontento popular en la URSS y en el conjunto de países del campo socialista. Poco a poco, y sin que esas multitudes en las plazas tuvieran tiempo de discernirlo ni de decidirlo, las “revoluciones democráticas” se transformaron en “restauraciones del capitalismo”, violentas restauraciones capitalistas que arrasaron todo, lo malo y lo bueno (que lo había y no era poco) de los regímenes socialistas, en nombre de la libertad


2) La etapa de las “intervenciones democráticas”.
Vino luego el tiempo de las “intervenciones democráticas”. Sí, porque el entusiasmo no permitía esperar que los pueblos hicieran las revoluciones por si mismos. Al viejo enemigo de las democracias, el comunismo, se agregó otro, más siniestro aún si cabe, el terrorismo árabe, conformando así el llamado “eje del mal”, enemigo de la democracia y la libertad, ésta última entendida para los ideólogos del neoliberalismo en una única acepción, el libre comercio. Por definición los gobernantes del “eje del mal” pasaron a la categoría de dictadores, a la cabeza de los cuales alguien decidió que había que colocar al iraquí Saddam Hussein. Así, en nombre de la democracia hubo que mentir al mundo primero con aquel cuento de las armas químicas jamás encontradas, y luego bombardear, masacrar a cientos de miles de habitantes de ese país, destruir ciudades, muchas de ellas patrimonio de la humanidad, en esa legendaria región mesopotámica entre los ríos Tigris y Eufrates, cuna de la civilización. Pero la “democracia” se implantó en Irak. Prosiguió luego la tarea democratizadora por Afganistán, y el cerco económico y político sobre Irán. Y cómo olvidar la “intervención democrática” de los EEUU en Haití, aquí, en nuestra América Latina. Allí la democracia llegó en brazos de los marines, que la pusieron en práctica en la madrugada de su desembarco despertando al presidente Aristide y así nomás, en pijama, montarlo en un avión, rumbo a un destino lejano, que terminó siendo Sudáfrica.

3) El tiempo de las “revoluciones democráticas punto com”.
Vinieron a continuación las  “revoluciones democráticas punto com.” Resulta que   para informar, organizar y convocar a los pueblos a las plazas, ya no era más necesario apelar a las por lo visto obsoletas herramientas organizativas del pasado. No más partidos, no más sindicatos, no más organizaciones populares. Twittear es el camino de la revolución. Desde luego es verdad que  Facebook y Twitter sólo son medios de comunicación entre personas, redes electrónicas que posibilitan la comunicación social, neutras en cuanto a lo que esas personas informan o comunican. El problema es que su modo de funcionamiento es la antitesis de la reflexión y el debate. No propician el pensamiento, si lo entendemos como la capacidad de elaborar ideas a partir del análisis, de la reflexión, del intercambio y la confrontación. Son más bien muy eficaces   instrumentos para la labor de agitación social, al menos en aquellas zonas de la sociedad que cuenten con ellos y los usen. Pero la agitación por sí sola no construye ideología, no desarrolla la conciencia social, no gesta revoluciones, si no va acompañada de instrumentos o medios aptos para la reflexión política y la construcción de organización. Es más, puede incluso gestar contrarrevoluciones, y sobran ejemplos de la historia como de tiempos bien recientes en tal sentido.  Por eso el destino de estas movilizaciones populares que hoy todavía conmueven el mundo árabe no descansa en la eficacia del punto com. Descansan exclusivamente en el desarrollo de la organización social y política de esos pueblos y en su unidad. No es pedir mucho, por otra parte, porque casualmente los países convulsionados por las movilizaciones populares integran la región del planeta de explotación petrolera por excelencia. Y porque casualmente componen en esa región un área de larga tradición de lucha impregnada de corrientes nacionalistas y antiimperialistas. Depende de esas reservas el curso de sus revoluciones, sus posibilidades de profundización democrática, y no de soluciones al estilo Gatopardo, eso de que “algo cambie para que todo siga como está”, como sin duda está en los planes de los “guardianes occidentales de la democracia”. 

4) La época de las “intervenciones democráticas” en formato militar.
Tales prácticas, acompañadas o no por estallidos de violencia previa que las justifiquen, continuaron, y continúan hasta nuestros días, desatando guerras, arrasando pueblos y ciudades con el doloroso saldo de muerte y desolación, de éxodos de poblaciones enteras procurando escapar de la muerte como víctimas indefensas de guerras ajenas o como consecuencia de la destrucción de sus hogares y del hambre. Así, después de ocupar militarmente Irak y perseguir a su “dictador” Hussein hasta su captura y su fin físico en la horca,  fue el turno de Libia y el otro dictador, Kaddafi. Otra vez en nombre de la democracia, un país ocupado militarmente y desvastado por la guerra, y su líder asesinado, sin juicio, y sin que los tribunales internacionales de justicia se molestaran siquiera en indagar quienes eran responsables de ese crimen y reclamar su enjuiciamiento. Tarea cumplida, aunque ese país siga siendo destrozado, en medio de una guerra entre grupos armados que se disputan el poder. En fin. Estamos siendo testigos hoy mismo de las derivaciones de la revolución egipcia, luego de la destitución y enjuiciamiento de Mubarak, derivaciones tan lejanas desgraciadamente de las originarias aspiraciones democráticas del pueblo.

Y finalmente, para cerrar, por ahora, el capítulo árabe de la “democratización” al estilo de los círculos de poder del imperialismo en su fase de la globalización neoliberal, asistimos, desde hace más de dos años, a la tragedia del pueblo sirio. Faltaba un “dictador”, Bassar el Assad, y la OTAN y su brazo “democratizador” no podía faltar a ese compromiso, ahora con el concurso de esos “ejemplares” modelos de democracia como lo son las monarquías y emiratos de Arabia Saudí y el Golfo Pérsico. Cientos de miles de muertos, civiles en su inmensa mayoría, más de un millón de emigrados, y la destrucción de ciudades y pueblos. La “democracia” impuesta a los bombazos. Y los jeques del petróleo, las monarquías despóticas de la región de Arabia y el Golfo Pérsico, como “adalides” de la democracia y la libertad. ¿Hasta cuando habrá de proseguir el “intervencionismo democrático” occidental sobre el mundo árabe, destruyendo la vida y la cultura milenaria de sus pueblos, sólo porque han tenido la fatalidad de establecerse hace más de mil años sobre tierras que escondían esa inmensa riqueza, el petróleo?  
¡Cuanta hipocresía y cuanto desprecio por la vida humana, cuanta destrucción en aquellos inmensos territorios, cuna de la civilización occidental, por un solo objetivo: el dominio del oro negro!

LA BATALLA IDEOLÓGICA QUE PERMEA ESTA ETAPA HISTÓRICA.

5) Venezuela – Ucrania.
En estos días, la ofensiva “democratizadora” de los centros de poder financiero, militar y político, cuyo objetivo es, en última instancia, garantizar la acumulación desenfrenada de la riqueza que el trabajo en el mundo entero, el de los obreros y el de los científicos, el de la industria y el del comercio se genera en el actual formato global del mundo, ha puesto su mirada sobre dos países, Venezuela, aquí en nuestra América, y Ucrania, allá en la Europa del Este, con motivos de distinto orden. En nuestra América, cerrar el paso a todo proceso liberador y antiimperialista, debilitar o dividir el avance de gobiernos progresistas, avanzados, de sus esfuerzos en pos de la integración de los pueblos y las naciones de la región. En Europa, Ucrania, en medio de una violencia desatada que pone en riesgo si propia integridad como nación, por intereses económicos vinculados al dominio de reservas petrolíferas y gasíferas, unido a motivaciones geopolíticas de una guerra fría cuyas últimas razones permanecen aún en la estrategia imperialista. Son regímenes “molestos” para esa especie de “Gran Hermano”, no virtual ahora, sino bien real, trágicamente real para los pueblos cuyos gobiernos, por las razones que fueren, resultan ser “molestos”  para esta sí poderosa red generada a partir de las desregulaciones del sistema financiero global que  ha terminado por controlar y dominar los centros de acumulación de la economía mundo. Esa red es la que traza las reglas de la buena “gobernanza”, define cual democracia es la buena y cual no lo es, traza los límites de la soberanía de los Estados y se propone transformar las instituciones supranacionales acordadas por las naciones en meros ejecutores de sus decisiones.

Por eso la batalla esencial a librar es ideológica, y no la podemos perder, so pena de retroceder siglos en la lucha secular de los pueblos por un mundo de paz, sin explotados ni explotadores, en el que impere la igualdad y la solidaridad, esto es, la plena libertad de los seres humanos, en su peripecia vital, individual y colectiva.
Porque vamos a entendernos. La hegemonía dominante, con sus instrumentos de dominación, termina generando en multitudes, las que ocupan las plazas y las que se informan de ello por las cadenas informativas que inundan los medios informativos del mundo, la falsa sensación de que de verdad están luchando por la libertad y por la democracia, cuando, y ésta es la verdadera tragedia de la época, están siendo “instrumento de fines ajenos”, parafraseando una conocida cita de José E. Rodó. Digámoslo claramente: La libertad y la democracia expresan una auténtica e histórica aspiración de los pueblos, y ha sido obra de ellos, de su infatigable lucha, todo avance en pos de su conquista, de su extensión y de su profundización.

Hoy el sistema financiero mundial y las grandes potencias a su servicio,   pretenden apropiarse de esas banderas, tan caras al sentimiento de los pueblos, y en su nombre cometer las tropelías más infames. Con ellas pretenden encubrir lo que es, en el fondo, una ofensiva contra el progreso social, contra la  justicia, precisamente contra la democracia a la que proclama defender, y usando para ello una forma nueva, más sutil y perversa, pero no por ello menos eficaz que el napalm o lo misiles teledirigidos, generadora de confusión, división y desánimo en las masas populares. No debiéramos aceptar tal estado de cosas. No debiéramos entregar nuestras banderas. La libertad y la democracia son inseparables de la justicia social, de la igualdad y la fraternidad entre los hombres. Y da la “casualidad” que cuando un pueblo intenta defender esos principios, los de su independencia y su derecho a la  autodeterminación, y procura sus propios caminos para alcanzar aquellos objetivos en los marcos de la institucionalidad democrática que se ha dado en uso de su soberanía, o incluso nada más tiene la mala suerte de cruzarse en el camino, por las razones que fueren, ya sea por los recursos naturales que encierra su territorio, o por situarse en medio de rutas “sensibles” para los procesos de acumulación, de las normas de la “gobernanza” de las naciones, los órganos de poder del sistema dominante se movilizan “hondamente preocupados” ante aquellas desviaciones a un orden mundial que identifica la libertad con la libertad de comercio, y la democracia como  “válida” siempre que, se corresponda a las reglas de la “gobernanza” mundial que ellos mismos han trazado para el “buen” gobierno de los estados.

Es hora, pues, de unir pueblos y gobiernos bajo los comunes objetivos de la paz, de la soberanía de las naciones, de los principios de no intervención y autodeterminación y del respeto por los principios fundacionales de la organización de las naciones unidas, único órgano supranacional aceptado libremente por todos los estados.         
Marzo 2014.