Martín Mosquera
El 7 enero, 2020

En Bolivia, un gobierno reformista de base indígena y campesina, que pareció poner termino en 2006 a la dominación histórica de una minoría racista blanca-mestiza, fue derrocado por un golpe de Estado contrarrevolucionario. La base social del golpe está arraigada en las viejas castas desplazadas y es hegemonizada por sectores proto-fascistas. Los golpistas festejaron quemando whipalas en las calles (bandera que representa a las nacionalidades originarias) y se jactaron de haber derrotado al comunismo. Los testimonios que siguieron al golpe son inquietantes: asesinatos, desapariciones, torturas, violaciones masivas (inclusive a niños y niñas), persecuciones y quema de viviendas1. Una estremecedora demostración de barbarie revanchista y racista. A diferencia de los golpes “blandos” o “parlamentarios” que hemos visto durante el último periodo latinoamericano, en este caso asistimos más bien a un golpe tradicional, dispuesto a institucionalizar métodos de guerra civil para intentar quebrar la base de masas del anterior gobierno y la larga tradición combativa e insurreccional del pueblo boliviano.

Uno podía esperar que un acontecimiento de estas características provocase el repudio unánime e internacional de toda las personas de sensibilidad democrática o antifascista. Y en gran medida, este ha sido el caso. Sin embargo, algunos sectores progresistas latinoamericanos, especialmente intelectuales, se negaron a repudiar el golpe y respaldaron las movilizaciones opositoras al gobierno de Morales. Estos sectores han defendido la idea de que no estamos frente a un golpe de Estado sino ante una rebelión popular y democrática contra el fraude perpetrado por un gobierno crecientemente autoritario. Se trata obviamente de un análisis extravagante. Sin embargo, dado su inesperado alcance, es necesario analizar y discutir esas posiciones.

Por Juan Manuel Karg
22 de noviembre de 2019

"El intelectual está para incomodar" es el latiguillo utilizado por algunos intelectuales de América Latina y el Caribe para cuestionar en los últimos días a Evo Morales, quien sufrió un golpe de Estado y se encuentra asilado en ciudad de México, a 8500 kilómetros de La Paz. Desde esta perspectiva, Morales habría incurrido en una serie de errores que, indefectiblemente, llevaron a este desenlace. “Cayó por su propio peso" fue otra de las apreciaciones que giraron en torno a esa construcción de sentido, en la cual el líder aymara sería responsable máximo de la situación actual de Bolivia. La idea de este artículo no es discutir con tal o cual intelectual, sino con las ideas centrales que han planteado, en base a lo que está sucediendo en Bolivia.

Empecemos: ¿por qué a algunos intelectuales les resulta más fácil "incomodar" a un expresidente que está asilado en otro país para intentar salvar su vida que "incomodar" a un gobierno de facto como el de Jeanine Añez, que a lo largo de una semana cuenta ya con más de 30 víctimas fatales en sus espaldas? ¿No será que estos intelectuales se sienten “incómodos” de defender a un líder nacional-popular al que siempre cuestionaron cuando estaba en el Palacio Quemado? Un golpe debería, en cualquier caso, ser la “linea roja”: la condena al golpismo y el llamado a la defensa de la democracia boliviana primero, luego el debate en torno a la figura de Morales y sus posibles errores en el pasado.

Por otro lado: ¿qué le incomoda más a Añez, presidenta de facto de Bolivia? ¿Qué los intelectuales sigan debatiendo el referéndum del 21 de febrero de 2016 y la posterior repostulación de Evo o que cuestionen la feroz represión que tuvo lugar en Sacaba, Cochabamba, y Senkata, El Alto? Mientras nos volcamos a estas discusiones sobre liderazgos y relevos, relevantes dentro del campo de las Ciencias Sociales, hay decenas de muertos en las morgues. Hay madres llorando a sus hijos. Hay vía libre a las FFAA, a través del decreto 4078, que consagra impunidad para disparar sin ser penalmente responsable, en aras del “orden social”.

Sigamos: incómodo hoy en Bolivia es ser indígena, ante la brutal revancha racista y clasista que ya se erige sobre aquellos sectores que ampliaron sus derechos desde el 2006 a esta parte. La quema de la whipala por parte de los golpistas es parte de ese entramado. Incómodo es soportar los gases lacrimógenos y las balas de plomo de un gobierno que amenazó con una “cacería” a dirigentes del Movimiento al Socialismo y llegó a hablar de “sedición” de parte de algunos periodistas extranjeros que llegaron a cubrir lo que allí sucedía. Incómodo es comprobar que los propios dirigentes del MAS casi no emiten opiniones públicas, ante el temor de ser detenidos por el gobierno de facto, que los acusa públicamente de “terrorismo”.

Incómodo hoy en Bolivia es tener que contar lo que pasa desde los medios de comunicación concentrados. La mayoría de ellos se plegó al golpe de Estado y apoyan al gobierno de facto de forma indisimulada. Unitel Red Uno, Bolivia TV, ATB, PAT, RTP, Página Siete, El Deber, Fides y Erbol tienen una cobertura de respaldo a la gestión de la autoproclamada Añez. Aquellos periodistas que, dentro de estos medios, no comparten la línea editorial, tienen expreso temor de hacerlo público para no sufrir represalias. ¿Es raro? No, es una de las características de los gobiernos autoritarios: buscar una total hegemonía mediática que hable de enfrentamientos y culpabilice a los manifestantes, que intente instalar la vieja idea del “se mataron entre ellos”. ¿Los intelectuales no deberían estar discutiendo este cercenamiento a la libertad de expresión en vez de seguir repitiendo la parlanchina del “pero Evo”? ¿No sería intelectualmente más honesto?

Un intelectual no debe perder nunca su capacidad crítica. Partimos de esa base. Compartimos ese principio. Pero hay momentos y momentos para ejercer ese rol. ¿Los intelectuales cuestionaron a Allende una semana después del golpe de Estado en Chile? No, algunos con más tiempo y rigurosidad si hicieron una revisión de lo hecho y lo no hecho, pero siempre desde la honestidad intelectual y una lógica distancia temporal. ¿Qué hizo la mayoría de los intelectuales en ese tiempo? Condenar enfáticamente el golpe de Augusto Pinochet, que implantó una de las dictaduras más sangrientas y duraderas del continente. Imaginemos, por un segundo, el irrespeto que hubiera significado un “pero Allende” el 18 de septiembre de 1973.

Bolivia vive hoy las derivas de un golpe de Estado que inició con la violencia del dirigente cruceño Luis Fernando Camacho, la complicidad del candidato perdedor Carlos Mesa, un amotinamiento policial que liberó la Plaza Murillo y se consumó tras el llamado de las FFAA para que el presidente renuncie. Hay un Jefe de Estado constitucional, que debería haber finalizado su mandato en enero de 2020, exiliado en México. Hay una presidenta autoproclamada, sin quórum, que otorgó vía decreto impunidad a las FFAA y, acto siguiente, les sirvió en bandeja una partida de 5 millones de dólares para equipamiento. Un coctel explosivo: libertad de acción y más herramientas en mano. Hay medios de comunicación absolutamente alineados al relato golpista, con periodistas atemorizados, que si se corren un milímetro de la nueva construcción mediática en torno a Evo -terrorista, narcotraficante, vándalo- ven en peligro su fuente laboral. Y, lastimosamente, hay algunos intelectuales que, incluso en este marco que detallamos, continúan con el “pero Evo” como bandera.

Cerramos este artículo con una frase final, que intenta ser una sintesis de lo que hemos planteado: cuando se intenta juzgar a las víctimas no hay que confundir incomodidad con irresponsabilidad.

 Marco Teruggi
21/11/2019  La haine
Segato: "Evo Morales cayó por su propio peso, no fue víctima de un golpe".
Zibechi: "La OEA sostuvo al gobierno hasta el final"

Varias cosas me llaman la atención de las recientes palabras de Segato. En primer lugar, la operación de reducción de quienes defendemos a Evo Morales y nos oponemos al golpe de Estado: tenemos una posición binaria, lo endiosamos, somos Boca-River, lógica de guerra fría, sin ninguna capacidad crítica para el análisis y hasta cerrados para escuchar.

Es un llamado a la complejidad -que podría estar bien- pero parte de caricaturizar y reducir a todos quienes, según ella, no lo estaríamos haciendo. Según su análisis no tenemos capacidad de mirada crítica, de reflexionar sobre los errores cometidos, sobre el referéndum del 2016, los límites del proceso, las divisiones en movimientos del proceso de cambio, las dirigencias, los flancos que le dejamos abierto al enemigo que avanzó violentamente.

En segundo lugar: el error de análisis sobre qué sucedió en Bolivia, los sujetos, actores de conducción, poderes fácticos operando para lograr el derrocamiento. La cuestión sería así, reconstruyo de sus palabras: los errores y el descrédito fueron tan grandes que Evo «cayó por su propio peso» y luego de eso vino el golpe de Estado «oportunista». Eso lo planteó también Raúl zibechi. ¿Que Evo perdió legitimidad con el referéndum del 2016 y el error del conteo del TREP el domingo 20 de octubre y eso generó una base que se movilizó contra él? Sin dudas.

Pero eso es tan evidente como la composición social predominante de esa base movilizada, las conducciones civiles, empresariales, internacionales, la conformación de grupos de choque armados, la confirmación de que parte de la dirección de la policía y los militares estaban en el esquema golpista que venía preparado desde antes.

Lo que me resulta poderosamente llamativo es que pensara -ella y otres más [Raúl Zibechi, Raquel Gutiérrez...]- que de eso que se expresaba en las calles iba a nacer otra cosa que lo que estamos viendo día tras día, noche tras noche. ¿Tanta capacidad cierta de complejidad para analizar los proyectos progresistas/de izquierda, sus errores, límites, puntos ciegos, etc., y tan poca capacidad de reconocer al enemigo cuando viene a hacer una revancha clasista, imperial y restauradora? Es como un asombro ante la barbarie, una suerte de pedirle a los golpistas -como hace Stefanoni- que no incurran en actos del mal y sean moderados.

En tercer lugar: el momento. Anoche existió una nueva masacre, hay listas de compañeros compañeras que son objetivos políticos a ser asesinados, algunos están en embajadas, viendo cómo sobrevivir, existe licencia por decreto para las Fuerzas Armadas para matar, presupuesto adicional para hacerlo, una autoproclamada y su ministro de gobierno que niega o justifica cada muerte. Hay también un poder norteamericano que celebra el avance su plan para el continente que toma posiciones. La pregunta es: ¿qué se debe/puede hacer en estos momentos? No tengo una respuesta cerrada -no creo que la haya, ni que exista una sola respuesta-, pero me resulta claro que no es lo que plantea Segato.

Por último, la situación es muy compleja en Bolivia, tanto por la violencia de la restauración golpista, como por la dificultad de construir direcciones coordinadas -o una sola coordinación general- para articular una resistencia al golpe. Esa dificultad está tanto en el MAS frente al espacio legislativo, como en los movimientos, la organización popular como, por ejemplo, en El Alto. Ya en la dificultad para enfrentar la ofensiva golpista se vio las debilidades del proceso de cambio, que ahora se expresan en este momento de licencia para matar y perseguir.

El panorama es muy crudo, los levantamientos y movilizaciones de la gente se enfrentan a balas, una protección y articulación norteamericana -que Segato y otres minimizan- una maquinaria mediática que trabaja para legitimar el golpe presentándolo como todo salvo como un golpe y que, se quiera o no, termina haciendo propio todo discurso que cuestione la existencia de un golpe.

¿Evo debería intentar regresar? ¿Regresar para presentarse? ¿Para acompañar otra candidatura? No tengo la respuesta, pero la primera pregunta es: ¿lo dejarán volver a Bolivia? No parece, y lo más seguro es que le armen causas para que no pueda regresar. Dependerá, como muchas cuestiones en pleno desarrollo, de la correlación de fuerzas que se logre construir.

En estos días recordaba una frase de Rodolfo Walsh:

«Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra».

Entiéndase por «su país» el continente americano.

Por último: no olvidemos nunca que Evo Morales ganó las elecciones del pasado 20 de octubre.

La Haine

Eduardo Paz Rada
14/11/2019

El intento de “regularizar” el golpe de estado en Bolivia por parte de los jerarcas militares con los representantes de la derecha oligárquica, apadrinados por Donald Trump y sus operadores regionales establecidos en Miami y el Departamento de Estado, ha desatado la furia popular en las calles y caminos de todo el país, particularmente en el eje troncal de La Paz, El Alto, Norte Potosí, Cochabamba y Santa Cruz, defendiendo la democracia y poniendo el jaque a militares, policías y a la “Guaidó boliviana” escogida como ficha para aparecer como presidenta.

A la bronca por el golpe dado a Evo Morales el pasado 10 de noviembre, quien debía terminar su mandato el 22 de enero próximo, ahora se ha sumado el malestar y protesta por los actos de grupos policiales y políticos conservadores de haber quemado y pisoteado la whipala, emblemática bandera de la identidad indígena elevada a símbolo nacional de la patria. Este hecho trajo a la memoria las declaraciones de Jeanine “Guaidó” Añez que manifestó su rechazo a la whipala después que la Asamblea Constituyente de 2009 la convirtió en símbolo.

La lucha popular se expresa en decenas de miles de obreros, campesinos, comerciantes, informales, indígenas, villeros y vecinos, hombres y mujeres por igual, junto a ancianos y niños, y se ha cobrado la vida de al menos seis personas sin que los medios de comunicación controlados y manipulados den la información. Inclusive en la región de Yapacani (camino de Cochabamba a Santa Cruz) los militares han preparado trincheras de guerra para intentar frenar a los colonizadores de la región.
Hasta ahora el pueblo de la ciudad de El Alto, bastión de la rebelión popular de octubre de 2003 que tiró abajo a los gobiernos neoliberales y a sus partidos, nuevamente se ha convertido en la vanguardia de lucha movilizando a las masas mas excluidas y marginadas, las que en los últimos tres días se han desplegado hacia el centro de la ciudad de La Paz y asedian los palacios ejecutivo y legislativo. A su vez, los campesinos han iniciado el cerco a las ciudades principales restringiendo el comercio de productos básicos de consumo y cerrando totalmente la circulación de vehículos en las carreteras.

Se moviliza todo el pais
En el Norte de Potosí, Uncía y Llallagua, donde confluyen los ayllus o comunidades ancestrales con los trabajadores mineros, el control territorial ha obligado al repliegue de los efectivos policiales y militares, mientras que en las ciudades principales han sido incendiadas más de una decena de cuarteles policiales porque el movimiento popular considera que sectores policiales han traicionado al pueblo y a la democracia con su motín del sábado pasado.

En el sur de Cochabamba los barrios populares han desarrollado masivas manifestaciones que fueron reprimidas por las fuerzas conjuntas de policías y militares, aunque sectores militares se negaron a tomar medidas y protegieron a los manifestantes en el cuartel cercano a la Tamborada, acto parecido se produjo en Oruro, donde los soldados se negaban a salir afirmando que no pueden atacar a su pueblo porque ellos vienen del mismo. El segundo de los dirigentes cocaleros de la región del Chapare, Andrónico Rodriguez, convocó a una movilización nacional y ha anunciado que la movilización de los cocaleros será total controlando un territorio que articula el oriente y el occidente del país.

Esto ha generado bloqueos en Parotani, carretera que vincula a Cochabamba con La Paz y Oruro, y en la región el altiplano andino, por una parte, y la realización de manifestaciones en Montero, cerca a la ciudad de Santa Cruz, y en la ciudad de Cochabamba, al centro del país, por otra.

Evolución de la escalada
El golpe en cascada o bola de nieve estuvo orientado por el dirigente del Comité Cívico de Santa Cruz, Fernando Camacho, quien impulsó concentraciones masivas en la Plaza del Cristo en esa ciudad, rechazando los resultados electorales del 20 de octubre calificados de fraudulentos y pidió la renuncia del presidente Evo Morales. Su acción fue acompañada también con bloqueos urbanos y manifestaciones masivas de los sectores medios y acomodados, principalmente, en varias ciudades del país, las que fueron ampliándose hasta culminar con el motín policial en Cochabamba el sábado 9 de noviembre. Inclusive se incendiaron los edificios de varios Tribunales Departamentales Electorales y de Gobernadores y Alcaldes del Movimiento Al Socialismo (MAS).

Al día siguiente Camacho ingresó al Palacio de Gobierno en la Plaza Murillo donde dejó una biblia, una bandera y una carta (borrador de renuncia del presidente) y poco después el Alto Mando Militar pidió la renuncia del presidente consolidando el golpe de estado a pesar del pedido de Morales de realizar un dialogo nacional. El discurso de Camacho se caracteriza por el anticomunismo, la exacerbación cristiana, la crítica a la dictadura de Morales y la restitución de la democracia en el país. No dejó de hacerse la analogía de la colonización española con la cruz y la espada sobre los indígenas.

Los parlamentarios conservadores, una minoría tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores, vulnerando la Constitución y las leyes, impulsaron a que la senadora Jeanine Añez se autoproclamara presidenta del Estado en una reunión sin quórum de parlamentarios, tomando el Palacio de Gobierno y acelerando la posesión de un nuevo Alto Mando Militar y convocando a la pacificación nacional ante la violencia que se generaliza en el país. Esta situación ha sido respondida con una reunión paralela y mayoritaria de senadores y diputados “masistas” desconociendo las decisiones ilegales y abriendo una situación de alta incertidumbre.

Mientras el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador junto al electo presidente de Argentina, Alberto Fernández, conseguían con grandes dificultades que Evo Morales viaje y se asile en la capital mexicana y reivindicaban la integración soberana y solidaria de América Latina y el Caribe, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, “festejaba” la salida de Morales. De hecho, en Bolivia tambalea el golpe de estado.

Eduardo Paz Rada
Sociólogo boliviano y docente de la UMSA. Escribe en publicaciones de Bolivia y América Latina.
https://www.alainet.org/es/articulo/203243

Katu Arkonada
Rebelión - 29-10-2019

¿Cómo es posible que en el país con mayor crecimiento de la región se ponga en duda la continuidad del presidente responsable de su estabilidad política y económica?

Para responder a esta pregunta vamos a intentar ensayar no una, sino varias respuestas.

Proceso electoral. Aunque se ha explicado varias veces desde el domingo de las elecciones, no ha habido ninguna manipulación de los resultados. De hecho, ningún líder o partido opositor en Bolivia ha presentado ni una sola prueba de fraude, y las actas escaneadas de cada mesa electoral, donde había fiscalización de cada partido político, se pueden consultar en línea en la web del Órgano Electoral Plurinacional (OEP).
Lo que sí hubo es una muy mala gestión de los resultados. En primer lugar, por parte del OEP, que paró la Transmisión de Resultados Electorales Preliminares (TREP)en el 83% una vez que empezó a cargar las actas del cómputo oficial de resultados.

Pero también hubo una pésima gestión comunicativa del gobierno boliviano cuando la oposición interna y externa comenzaron a hacer su trabajo cuestionando los resultados y no supo dar una explicación clara y certera de lo que estaba sucediendo, allanando el camino para que la OEA y las trasnacionales de la información (con Jorge Ramos a la cabeza), que no han cuestionado al gobierno de Piñera por imponer una dictadura violenta y sangrienta en Chile, pudieran sembrar la duda en la opinión pública internacional. De hecho, la mala gestión comunicativa es solo la culminación de un 2019, y especialmente de una campaña electoral, donde no se logró comunicar nunca para qué se quería la reelección de Evo.
Mesa y Chi. Estos dos factores también son importantes para entender los resultados. En principio parece difícil de entender como el vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada y presidente más timorato de la historia, un candidato sin estructura política, haya podido alcanzar en 2019 un 36% de los votos y casi forzar una segunda vuelta que con toda seguridad le hubiese convertido en presidente. También parece difícil de entender como Chi Hyun Chung, un pastor evangélico desconocido y con un discurso homófobo y misógino, haya podido quedar tercero alcanzando más de medio millón de votos (8’78%).
La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que una parte importante de la ciudadanía no ha votado por Mesa, sino contra Evo, aun si el candidato opositor no les convencía. A su vez Chi ha acumulado el voto duro más reaccionario, doblando el porcentaje obtenido por Oscar Ortiz, representante de la derecha cruceña, que quedó en cuarto lugar.
Eso sí, es importante mencionar que la suma de Mesa, centro-derecha, Ortiz, derecha, y Chi, ultraderecha, suma el 49’53% de los votos. Si le sumamos el resto de opciones electorales de derecha que sacaron porcentajes pequeños, la suma supera ampliamente la mayoría de votos.

Podemos concluir por tanto que Evo Morales ha ganado las elecciones en primera vuelta más por deméritos de la oposición, que no fue capaz de unirse ni de construir ni un candidato ni una alternativa electoral sólida, que por méritos del oficialismo. De hecho, es necesario reflexionar la pérdida progresiva del voto que va más allá del núcleo duro del MAS-IPSP, voto que en 2005 fue del 51%, en 2009 del 64% y en 2014 del 61%, bajando al 49% en el referéndum de 2016 y al 46% en 2019.

Factor Evo. Es claro que Evo Morales sigue siendo un líder que interpela a una amplia mayoría social en Bolivia, pero que ha ido perdiendo la confianza de las clases medias urbanas, en un país que paradójicamente se ha ido desplazando de rural a urbano en la medida en que se sacaba de la pobreza a casi 3 millones de personas (la extrema pobreza pasó del 38’4% en 2005 a menos del 15% actual). Pero se construyeron millones de consumidores sin politizar (o más bien, politizados por los medios de comunicación) que han estado a punto de ser los verdugos del proceso de cambio boliviano, de manera similar a lo sucedido en Argentina en 2015.

2019-2025. En 2025 Bolivia festeja su 200 aniversario de la independencia republicana que encabezó, dando su nombre al país, el Libertador Simón Bolívar. Esta segunda y definitiva independencia, y probablemente el cierre de un ciclo constituyente que comenzó antes de la victoria de Evo en 2005 (más bien allá por los 90s con las marchas indígenas en defensa de la tierra, el territorio, y la soberanía sobre los recursos naturales), se presenta como el momento más complicado para un gobierno que reinicia en enero 2020 con el nivel de deslegitimación más alto de sus 14 años de historia.

Y si ya en febrero de 2016 la ciudadanía no entendió (no se le explicó en realidad) la necesidad de un referéndum, toca ahora hacer pedagogía de la necesidad de terminar lo que se empezó. De la necesidad de profundizar el proceso de cambio y apretar el acelerador de la revolución en salud y justicia, los grandes pendientes del proceso. Asimismo, solo una verdadera revolución cultural, que impulse la formación política y la memoria historia, serán garantía de defensa de lo conquistado. Pero para ello, y como la gente no come ideología, es necesario cuidar más que nunca la estabilidad económica y la redistribución de la riqueza.
Y todo ello, ante los cantos de sirena de quienes quieren bajar banderas y construir un proceso light para las clases medias clásicas, apostando por hacer palanca en tu núcleo duro, aquel que, cuando las cosas se ponen complicadas, nunca te abandona.