IDEOLOGIA Y GOBIERNO
Wladimir Turiansky.
Es que en este tiempo promisorio de gobiernos de izquierda y progresistas que han surgido en América Latina, proliferan las teorías que dan por muertos y enterrados los viejos sueños de liberación, que nos aseguran que junto a los cascotes del derruido muro de Berlín yacen los ideales socialistas, que el capitalismo representa la culminación del progreso humano, y que sólo queda administrarlo de la mejor manera posible, que quienes en nuestro continente se proponen construir el socialismo son algo así como dinosaurios sobrevivientes. Proliferan improvisadas hipótesis generalizadoras en torno a “la nueva derecha y la nueva izquierda”, en un esfuerzo por borrar fronteras entre ambas, y se toman para ello como ejemplo algunas experiencias de gobiernos europeos de mayoría socialista. Se nos trae nuevamente como paradigma de los nuevos tiempos la llamada “tercera vía”, ¡nada menos!, después que Tony Blair, uno de sus ideólogos terminara encharcado junto a Bush en la matanza de Irak. En fin, hay tanto macaneo organizado, con vistas a imponer la agenda de la derecha como el punto de partida del pensamiento y la acción de todos, o como dice Silvio Rodríguez en su canción “El Necio”, “... Nos vienen a convidar a tanta mierda”, que por lo menos quien esto escribe siente la necesidad de salir al cruce.
Sobre todo porque es notorio mi punto de vista en cuanto al actual proceso político y la necesidad de su consolidación y profundización, que esta consolidación y profundización requiere la construcción de un bloque social y político representativo de las grandes mayorías nacionales, y que este proceso descansa en el fortalecimiento de la unidad de la izquierda y la defensa de su Gobierno.
Y entonces, ¿qué hacer?. ¿Cómo conciliar esta necesaria defensa de un gobierno que es el nuestro, un gobierno que “no es el ideal, pero que es, sin ninguna duda, el mejor gobierno que el país ha tenido a lo largo de su historia, y el mejor que es posible tener hoy”, con el debate ideológico, con la construcción de ideología, de la ideología de la izquierda, que apunta a la superación del capitalismo y a la conformación de una conciencia social integrada por valores antagónicos a los del capitalismo y la derecha, como lo son la libertad, la igualdad social, la solidaridad, la fraternidad de los seres humanos por encima de fronteras, de credos y de etnias, en fin, “el ser capaces de sentir como propias las injusticias que se cometan contra cualquiera en cualquier parte del mundo”?.
La primera cuestión que me parece errónea y debiéramos corregir es la reducción del debate ideológico a las discusiones cotidianas del quehacer gubernamental. Porque hoy por hoy, por ahí se deslizan casi exclusivamente nuestros debates. Y no estoy diciendo que no debemos discutir estas cosas. Es claro que hay que hacerlo, y en el FA, al menos en los ámbitos en que me muevo, Coordinadora y Delegación de base, y, hasta donde sé, también en la Mesa Política, eso se hace continuamente. Lo que digo, y es lo que me parece mal, es que eso es lo único que debatimos. Peor aún, porque pretendemos teñir de ideología hasta la mera forma de distribuir las partidas presupuestales, o, tomando los ejemplos que Gramsci invoca en sus polémicas en torno al Estado y la Revolución, y que cito más abajo, cuánto pan le toca a cada panadería, o como proteger mejor a la gente que no puede pagar rejas y guardias privados, de la acción de rapiñeros o malhechores...
No. Eso no es construir ideología. Es rebajar la ideología, es hacerla transitar por los andariveles del más puro pragmatismo. Y a veces transformarla en pura fraseología.
Permítanme transcribir aquí la cita de Gramsci que acabo de mencionar. Se trata de un artículo titulado “El Estado y el Socialismo”, publicado en 1919, en polémica con algunas concepciones anarquistas, algunas seriamente expuestas y a las que se refiere Gramsci en su artículo (que vale la pena leer, sin duda), y otras que sólo son “necedades que se presentan como una defensa de la anarquía”, y a las que Gramsci se refiere en la nota preliminar, y de la que extraigo la cita. Oídos a la música:
“...y sin embargo publicamos el artículo de For Ever. (Nota: “For Ever es el seudónimo de un colaborador del órgano del P.C.I. “Ordine Nuovo”, en el que se publicó la nota a que hace alusión Gramsci y su respuesta) For Ever no es sólo un hombre: es un tipo social. Desde este punto de vista no debe ser puesto de lado; merece ser conocido, estudiado, discutido,... y superado. For Ever es un seudo revolucionario, quien basa su acción en mera fraseología ampulosa, en el frenesí de la palabrería, en el entusiasmo romántico, es simplemente un demagogo y no un revolucionario. Para la revolución son necesarios hombres de mente sobria, hombres que no dejen sin pan las panaderías, que hagan marchar los trenes, que surtan las fábricas con materias primas y consigan cambiar los productos industriales por productos agrícolas, que aseguren la integridad y la libertad personal contra las agresiones de los malhechores, que hagan funcionar el complejo de servicios sociales y no reduzcan al pueblo a la desesperación y a la demencial matanza interna. El entusiasmo verbal y la fraseología desenfrenada hacen reir (o llorar) cuando uno solo de esos problemas tiene que ser resuelto aunque solo sea en una aldea de cien habitantes.”
Está claro, más que claro. Ideologizar estas cuestiones, inundarlas de fraseología, es demagogia, no nos ayuda a pensar.
Entonces, ¿por donde debe transitar el debate ideológico?
Pongamos un ejemplo: el reciente informe del Observatorio Montevideo.
Supongo que todos conocemos, si no el informe completo del estudio acerca de algunas formas de pensar y de obrar de los habitantes del área metropolitana, al menos las conclusiones más relevantes, ampliamente difundidas en los medios.
Supongo también que todos tenemos en cuenta las limitaciones y salvedades que siempre encierran las valoraciones estadísticas, tanto por lo limitado de la muestra como por el tipo de preguntas que se formulan, que a veces, casi siempre, condicionan o distorsionan, incluso sin quererlo, las respuestas de los entrevistados.
Con todas esas salvedades, sin embargo, un porcentaje elevado de respuestas expresan una cierta imagen, que el informe califica como intolerante y discriminatorio, de los pobladores de la región censada.
Ahora bien. ¿De que se trata? ¿De que habla en realidad este informe? Nos está hablando de una escala de valores en los que prima el egoísmo en lugar de la solidaridad, el éxito como medida comparativa de la calidad humana, la exaltación del individualismo, el desprecio o el temor al diferente, ya sea por el color de su piel, su creencia religiosa, su nivel de pobreza, su origen, etc.
Nos está hablando de un pensamiento social que responde a una ideología, la ideología dominante, la que décadas de autoritarismo y de prácticas neoliberales impusieron en la conciencia colectiva.
A eso debe apuntar el debate ideológico. A traducir esto que es un informe técnico en un dedo acusador, no contra el hombre común que expresa esas formas de pensar y de sentir que nos duelen, sino contra las estructuras de poder que han trabajado a conciencia en la construcción de ese edificio ideológico, eso que llamamos la hegemonía de las clases dominantes. Un debate contra-hegemónico, de eso se trata.
Y no sólo. También de construcción de una nueva hegemonía, y de la escala de valores intrínseca a ella.
¿Qué más?. ¿Acerca de que otras cosas debiéramos debatir?
Estamos inmersos en un proceso de cambios. Más democracia, más justicia social, más equidad, más desarrollo económico y social, más educación.
Corriendo ya el tercer año de esta primera etapa, tenemos un cuadro real, objetivo, de nuestras capacidades para pasar del programa en los papeles a su realización concreta, de nuestras virtudes y nuestras carencias, de nuestros aciertos y nuestros errores, de los vacíos del trabajo de elaboración programática. Más o menos, ya sabemos que objetivos nos proponemos alcanzar de aquí al término del período de gobierno, y hasta donde podremos llegar.
Habiendo ya sometido la construcción teórica a la prueba de la práctica, estamos en condiciones inmejorables de formular nuestro proyecto de país, ya no en el plano de las generalidades sino en objetivos más definidos y en detalles más precisos. Digamos que podemos pasar del esquicio al proyecto.
Las sociedades se definen por el concepto de propiedad. En la nuestra se han desarrollado formas de propiedad predominantes, en la tierra y en los medios de producción, propias de un modo de producción capitalista. Pero junto a ellas coexisten formas de propiedad de tipo social y estatal. ¿Qué tipo de relaciones, de regulaciones podemos concebir entre ellas desde nuestra óptica de izquierda? ¿Con que objetivos?.
En una sociedad regida por las leyes del mercado, ¿cómo acentuar los mecanismos de la planificación?. ¿Cómo concebimos el Uruguay productivo, que agro y que industrias?.
En fin. Hace falta precisar que país vamos a tener en el 2009, sus diferencias con el del 2004, y que país queremos tener en el 2014. Ni mas ni menos. ¿Le vamos a hincar el diente a ese debate, a este buen debate ideológico, mientras gobernamos y resolvemos el día a día?