FA - ENTRAMADO DE COALICION Y MOVIMIENTO.
VIRTUDES Y DEBILIDADES.
Wladimir Turiansky.
La doble condición.
El FA es, desde su fundación, una fuerza política con una doble característica: por un lado, es una coalición de partidos, grupos partidarios, movimientos partidarios, con diferentes orígenes ideológicos o históricos, aunque todos identificados con el pensamiento de izquierda; y, por otro lado, es un movimiento él mismo, constituido por comités de base, que reúnen en su seno a los frenteamplistas, cualquiera sea su definición sectorial, o simplemente sin ella.
Hay que decir que en la existencia de las bases, lo que llamamos “movimiento frenteamplista”, radica en buena medida la fortaleza del Frente, la que le ha permitido superar el trágico período de la dictadura, resurgir con fuerza a la salida de ella, y 20 años después llegar al Gobierno nacional con el voto mayoritario y entusiasta del pueblo. De alguna manera, pudiera definirse al movimiento de base como el cemento que liga y da solidez al conglomerado, constituido éste por las diversas vertientes partidarias que componen el Frente. Los comités de base son, pues, la fuente del frenteamplismo.
El Estatuto del FA procura formalizar de alguna manera esta doble condición, integrando los órganos de conducción cotidianos por partes iguales, o aproximadamente iguales, con representantes de la coalición y representantes de las bases. Con una particularidad sin embargo: el Congreso del FA es en cambio, y por definición, un Congreso de Comités de Base. Su integración parte de las asambleas de adherentes, quienes eligen sus representantes al Congreso en un número que corresponde al número de participantes de la asamblea.
He aquí un rasgo absolutamente original, distintivo, del FA. Los sectores políticos no eligen por separado sus delegaciones al Congreso. Lo hacen de manera conjunta en las asambleas de los comités. Los afiliados de los partidos deben ser adherentes frenteamplistas e integrar el padrón de los comités. Se marca así el doble carácter, coalición-movimiento, de la fuerza política.
Tal vez en la composición del órgano de dirección máxima permanente, el Plenario Nacional, se procure armonizar el carácter movimientista reflejado por el Congreso, con el esfuerzo por no desdibujar el perfil propio de los sectores políticos, de los partidos. Por eso, aquí los sectores tienen su propia representación, proporcional al peso electoral de cada uno, y cubren el 50% del número total de integrantes del Plenario, mientras el 50% restante corresponde a las delegaciones de Coordinadoras y Plenarios de Montevideo e interior, respectivamente.
Esto genera, y en esto quisiera centrar la atención, un problema, no pequeño.
Es muy posible, por un lado, que en los sectores políticos se genere una cierta tendencia a trasladar al órgano de dirección permanente del FA los criterios coalición-movimiento propios del Congreso y, en ese sentido, a valorar su presencia en la dirección como una suma de su peso electoral y su peso militante, este último medido por su influencia en la composición de las delegaciones de las bases.
Pero el problema es que el Plenario Nacional no es un órgano “coalición-movimiento”, sino “coalición y movimiento”, que es parecido pero no es lo mismo. El PN se compone de dos partes, o mas bien de dos formas del frenteamplismo: la coalición de partidos, con sus propias estructuras, las que designan a sus representantes, y el movimiento de base, cuyas estructuras son los comités, coordinadoras y plenarios, que eligen, a partir del padrón de adherentes, a sus delegados.
Pueden parecer sutilezas, o ganas de perder el tiempo en cuestiones sin importancia. Pero no. No son cuestiones sin importancia. Tienen que ver con el futuro de nuestra fuerza política, con su solidez y su permanencia, con el apego a los principios, con el profundo carácter de su democracia interna.
¿De que se trata? Se trata de comprender que las delegaciones de las bases no son una simple suma de militantes de los partidos integrantes del Frente y de frenteamplistas no sectorizados. Son más, mucho más. Representan una verdadera síntesis de todos ellos, y están llamados a jugar, por lo mismo, un rol articulador y de construcción de consensos.
Y esta reflexión vale también para los delegados de las bases, a quienes muchas veces la pasión política, por cierto saludable y necesaria, les hace olvidar el importante papel que esa peculiar estructura, ese doble carácter de nuestra fuerza política les tiene asignado.
Por eso el título de esta nota habla de virtudes y debilidades. La virtud potencial que encierra su doble condición coalición-movimiento, y la debilidad que encierra la no cabal comprensión de su significado.
Hoy somos Gobierno.
Hoy, con el FA en el gobierno, afloran con fuerza diferencias en el enfoque de tal o cual aspecto puntual de la política de gobierno, y aun de la estrategia, de los tiempos y de las prioridades con que desde el gobierno se llevan adelante los objetivos programáticos trazados. Y no podemos decir, o conformarnos con decir, que en el Frente siempre tuvimos diferencias, y siempre las superamos.
Nuestras diferencias ahora adquieren otra dimensión, trascienden a la fuerza política, involucran al gobierno, pasan a componer la agenda política nacional Y mucho más, muchísimo más que eso, generan desconcierto en inmensas masas populares que nos votaron, que depositaron en nosotros sus esperanzas, y a las que no podemos defraudar, no tenemos derecho a ello. Debiéramos intentar construir ciertas normas que permitan un debate franco pero fraterno y, sobre todo, que contribuyan a la mejor comprensión de la ciudadanía de los temas en debate y del marco en el cual se desenvuelven.
Es que se discute mal, por añadidura. Se olvida que la batalla ideológica es, ante todo, una batalla por sustituir, no en la cabeza de algunos elegidos, o de los destacamentos más esclarecidos de la ciudadanía, sino en la de los millones de hombres y mujeres que componen nuestro pueblo, el pensamiento construido por las clases dominantes a lo largo de décadas de dominación, por el conjunto de ideas basado en los principios de la igualdad, la solidaridad y las formas de una democracia participativa en la gestión de la sociedad. En una palabra, la construcción de una nueva hegemonía.
Alguna vez, en el proceso de la construcción de la unidad social y política, allá en la década de los ’60, Rodney Arismendi supo referirse a la contradicción dialéctica encerrada en ese proceso, contradicción entre “amplitud y profundidad”, amplitud en la generación de las alianzas y profundidad en el contenido programático de las mismas, señalando que la superación de esa contradicción no se lograría en el debate interno, las más de las veces desgastante, o con la reducción de las alianzas, sino con el desarrollo de la conciencia política de las grandes masas, las que se expresaban por entonces en cientos de miles y hoy en millones. Prevenía, además, en relación al debate ideológico en el seno de la coalición, que no debía poner en riesgo la unidad, condición necesaria de victoria.
En fin, la acotación viene a cuento, creo, y vale pensar en ella hoy como hace 40 años. Sobre todo si aspiramos a la profundización del programa y a nuevas etapas en el largo camino de la liberación nacional.
Mientras tanto, y retomando las consideraciones sobre el doble carácter del FA y el papel de las bases, podría resumir señalando, por un lado, que en esa síntesis superadora de la contradicción “amplitud-profundidad”, el rol de las bases es fundamental, pues ellas encierran en sí mismas esa contradicción, y eso por su propia composición. Y por otro lado, que en ese complejo de pensamientos que se refleja en las diversas corrientes que componen el Frente, la primacía de unos u otros no surgirá, o no debiera surgir, de otra cosa que no sea la influencia que sean capaces de generar en amplias masas. Todo ello, vale reiterar, junto a la defensa irrestricta de la unidad y del espíritu de pertenencia a un colectivo que todos contribuimos a construir y de cuyo futuro todos somos responsables.