tesis

Conferencia dada por Wladimir Turiansky con motivo
de la presentación de su libro Uruguay desde la izquierda.

El tercer sector, la era post-mercado y el comunismo
De Jeremy Rifkin a Lucien Sève

   La introducción a ritmos vertiginosos, de la informática y la automatización en los procesos productivos ha generado una nueva realidad y no pocas interpretaciones y predicciones en torno al presente y al futuro de la especie humana. Algunos han denominado a estos acontecimientos la tercera revolución tecnológica, para de alguna manera enlazarla con tiempos tal vez parecidos, los de la introducción del vapor en la industria y el transporte primero, y la electricidad y el motor de combustión después. Es por cierto una etapa más en el largo proceso de la civilización, signado por la productividad creciente del trabajo. Pero es, sin embargo, una etapa distinta, mucho más profunda y radical que las anteriores.

 Los Rasgos de la actual Revolución Tecnológica

¿Qué es lo que distingue pues a esta revolución tecnológica de las anteriores?

Creo que por lo menos se pueden señalar tres rasgos distintivos:

Uno, la directa incorporación de la ciencia a la actividad económica de los hombres. Las fronteras entre ciencia, tecnología y técnica han desaparecido o están en vías de hacerlo, en muchas ramas del saber, y la ciencia es, de más en más, modo de conocimiento y a la vez fuerza productiva. Baste un ejemplo, el de la biología molecular, o biotecnología. Ambas denominaciones se confunden, pues ¿qué distingue hoy por hoy un centro de investigación de una fábrica de clones para diversas especies agrícolas, por ejemplo?

Como señala Lucien Séve en su tesis sobre la cuestión del comunismo al que hago referencia en el título, ya Marx había especulado en torno a los cambios que se producirían en la producción por la introducción en ella, en gran escala, de la ciencia, y ve aproximarse un nivel de productividad en que el tiempo de trabajo directo "desaparece como algo infinitamente pequeño" en relación a su producto, en que el hombre-productor no es más que "supervisor y regulador" del proceso de producción. Y Marx no podía imaginarse el enorme poder multiplicador que la electrónica ha generado, por vía de los ordenadores y de las comunicaciones, en la productividad del trabajo y en cualquier ámbito de la actividad de los hombres que sea dable imaginar.

Dos, el ritmo endemoniado y la universalidad de los cambios. Procesos tecnológicos introducidos hace 10 años como innovaciones revolucionarias, son hoy obsoletos y dan paso a otros. Campos nuevos de investigación aparecen y se transforman rápidamente en nuevas ramas de producción o de servicios. Como nunca antes, el hombre es testigo de una realidad que cambia ante sus ojos cada día.

¿Cuántos años pasaron desde las primeras investigaciones de Faraday en torno a la interacción entre el magnetismo y la electricidad y la formulación de sus leyes, hasta el momento en que, basado en ella, se puso en marcha el primer motor eléctrico o la primera dínamo? Decenas de años.

¿Y que tiempo pasa ahora entre cualquier descubrimiento científico y su aplicación a la industria o a cualquier sector de la actividad humana? Ya casi no hay solución de continuidad entre uno y otro, y se prevé el tiempo en que aún tan pequeños lapsos desaparezcan.

Tres, el fenómeno de enormes masas de hombres y mujeres cuya fuerza de trabajo deja de ser una mercancía porque sencillamente no existen compradores para ella. Ya no se trata sólo del acrecentamiento del llamado "ejército de reserva", del que se nutren los capitalistas en los períodos en que se incrementa el consumo de productos existentes o como consecuencia de la aparición de nuevos productos o nuevos servicios. Se trata más bien de la creación de un "ejército excedentario", sin esperanzas de una reinserción futura a la actividad laboral.

Es que, a diferencia de las revoluciones tecnológicas precedentes, no hay ahora espacios que puedan ocupar los desplazados por las innovaciones tecnológicas por la sencilla razón de que no hay espacios en los que no se produzcan tales innovaciones.

 Revolución tecnológica y el mundo del trabajo

Dice Rifkin al respecto, y refiriéndose a quienes afirman que estamos llegando a un nuevo y excitante nuevo mundo industrial caracterizado por una producción automatizada a partir de elementos de alta tecnología, por un fuerte incremento en el comercio global y por una abundancia material sin precedentes.

"Millones de trabajadores se mantienen escépticos ante este tipo de afirmaciones. Cada semana más y más empleados se enteran de su despido inminente. En diferentes fábricas y oficinas, a lo largo y ancho del mundo, la gente espera, con miedo, que no sea éste su día. Al igual que una implacable epidemia mortal que se abre paso por el mercado, la rara y aparentemente inexplicable nueva enfermedad económica se extiende, destruyendo vidas y desestabilizando comunidades completas en su avance inexorable".

Y agrega: "En el pasado, cuando una revolución tecnológica afectaba al conjunto de puestos de trabajo en un determinado sector económico, aparecía, de forma casi inmediata, un nuevo sector que abasorbía el excedente de trabajadores del otro. En los inicios del presente siglo, el incipiente sector secundario era capaz de absorber varios de los millones de campesinos propietarios de granjas desplazados por la rápida mecanización de la agricultura.

Entre mediados de la década de los 50 y principios de los 80, el sector de servicios fue capaz de volver a emplear a muchos de los trabajadores de "cuello azul" sustituidos por la automatización. Sin embargo, en la actualidad, dado que todos estos sectores han caído víctimas de la rápida reestructuración y de la automatización, no se ha desarrollado ningún sector "significativo" que permita absorber los millones de asalariados que han sido despedidos".

Y frente a quienes plantean la reeducación como forma de enfrentar los tales desafíos, y habida cuenta del nivel intelectual y el grado de formación requerido por los poquísimos empleos que la alta tecnología pudiera ofrecer, Rifkin se pregunta: Reeducar, ¿para qué?. "Los pocos buenos empleos disponibles en la nueva economía tecnológica global están en el sector del conocimiento. Es un tanto inocente pensar que un gran número de trabajadores especializados o sin especialización, tanto de los llamados de "cuello azul" como de "cuello blanco", podrán ser reeducados como físicos, expertos en ordenadores, técnicos de muy alto nivel, biólogos moleculares, consultores de empresa, abogados, contables y similares". Demos traslado de esta pregunta al profesor Rama.

Hoy tenemos el robot comandado por ordenadores electrónicos en las operaciones fabriles, pero tenemos también la granja automatizada, la oficina "virtual", la programación y la automatización en los almacenes, la sustitución del insumo "just on line" por el procedimiento "just on time", eliminando el stock de mercancías y toda la etapa de la intermediación mayorista, en fin, las autopistas de la información, el arte y los artistas sustituidos por las técnicas electrónicas, en la generación de expresiones musicales, pictóricas, literarias, y hasta en la "clonación" de artistas y extras cinematográficos, resucitando y volviendo a hacer actuar a los famosos de los grandes momentos del cine. Y por supuesto, la generalización de ese "just on time" también al trabajo asalariado, generalizando la técnica del empleo temporal, de menor salario y sin las cargas derivadas de las prestaciones sociales que largas décadas de luchas obreras fueron incorporando al contrato de trabajo.

Estos procesos de "reingeniería" alcanzan a las propias estructuras empresariales y a sus mandos. Bien se pude remedar aquí el conocido verso de Bertold Brecht y decir, a su manera: primero fueron los trabajadores de menor especialización, los que realizaban aquellas operaciones simplificadas y siempre iguales de la cadena de producción, y también los operarios más especializados, en fin, el sector llamado de "cuello azul"; pero después les tocó el turno a los oficinistas, a los vendedores, a la gente de "cuello blanco", y no se escaparon tampoco las del "cuello rosa", las telefonistas, recepcionistas y secretarias; y finalmente les llegó el turno a los gerentes, poco a poco sustituidos por veloces redes de informática capaces de tomar sus mismas decisiones en tiempos infinitamente más pequeños y con márgenes de error despreciables. Pero como dice Brecht, "entonces ya era demasiado tarde". Había llegado el tiempo del "cuello de silicio".

Jeremy Rifkin, este norteamericano autor de un libro muy reciente y que tuvo su momento de notoriedad, aunque se habla poco de él hoy por hoy, y que se llama "El fin del trabajo", y al que me estoy refiriendo, relata entre otras cosas de las que pienso hablar, el drama de ese sector de clase media (y clase media en los EEUU es bastante más de lo que por aquí denominamos de esa manera) que se encierra en sus casas de 6 o más habitaciones, en los barrios residenciales de las grandes ciudades norteamericanas para que sus vecinos no se enteren de que se han quedado sin trabajo, y que, cuando se deciden a salir y tratan de conseguir un nuevo empleo, terminan, de ser gerentes y directores de departamentos en grandes compañías, en choferes o empleados de empresas de seguridad.

El libro de Rifkin es removedor en muchos aspectos, y contiene un minucioso análisis de los cambios tecnológicos y sus repercusiones sobre el mundo del trabajo. Vale la pena detenerse también en sus conclusiones, en su propuesta, la de la "era post-mercado" que nos ofrece. Habrá que volver a ello.

 El proceso hacia la marginación

Es imprescindible detenerse en un capítulo dedicado a las repercusiones de los cambios tecnológicos sobre el pueblo afro-americano. Es una especie de paradigma, un adelanto de lo que nos espera a los pueblos del tercer mundo, los que estamos en la periferia o en los márgenes de los centros del poder económico en el planeta. Los negros llegan a los EEUU como mano de obra esclava, ya lo sabemos, en las grandes plantaciones del sur. Después de la guerra de secesión, y abolida la esclavitud, los esclavos pasaron a ser cultivadores de algodón, en pequeñas fincas que arrendaban a los terratenientes, y en formas de explotación familiar.

Pero un buen día hicieron su aparición las máquinas desmotadoras de algodón, cada una de las cuales era capaz de sustituir el trabajo de 100 ó 200 campesinos, y centenares de miles de familias de negros, ayer esclavos, y luego míseros cultivadores de algodón, debieron abandonar los campos y emigrar en masa al norte, a las ciudades en proceso de expansión industrial. Se instalaron en las periferias de las ciudades, y pasaron a ocupar los empleos de más baja remuneración en la industria, y en los servicios comunales.

Analfabetos o semianalfabetos, sin oficio, desarraigados dos veces, constituyeron el nivel inferior de la escala social. Eran los primeros en ser despedidos en épocas de recesión, y los últimos en ser incorporados en épocas de auge.

Pero otro buen día comenzó a desarrollarse la automatización industrial, y como antes los campos de algodón, los negros debieron emigrar de las fábricas, y se ocuparon, mientras lo hubo, de trabajos como el barrido de las calles, el trabajo ocasional, etc..

Por otro lado, los procesos urbanísticos fueron generando los barrios residenciales de la clase media blanca en las afueras de las ciudades, y la población negra pasó a ocupar las zonas céntricas, ahora convertidas en tugurios. Los procesos de automatización invadieron también el área de los servicios, y esa población negra, primero esclava, luego cultivadora del algodón, luego peón de fábrica, luego barrendero, se quedó finalmente al margen, con las consecuencias que ya todos conocemos.

La conmoción que vivió Los Angeles hace pocos años, a raíz de la golpiza por policías de un automovilista negro, no fue sólo una reacción frente a un atropello concreto, dice Rifkin. Fue una explosión de odio ante un orden social que condena a la gente a la marginación, a la exclusión.

La reflexión es válida, por cuanto estos procesos de reestructura del capitalismo están conduciendo a la condición de excluidos y marginados a millones de seres humanos en todo el planeta, prácticamente los 2/3 de la humanidad.

 ¿Qué nos espera en el futuro?

Jeremy Rifkin nos adelanta una propuesta: el desarrollo del "tercer sector". ¿De qué se trata?

Tenemos en las sociedades, dice, tres sectores:

Por un lado está el sector privado, hoy constituido básicamente, por poderosas transnacionales, verdaderamente ubicuas, instaladas en todas partes y en ninguna, con capitales de giro que superan los de conjuntos enteros de países, que rigen la economía y trazan las reglas de juego del comercio mundial. Han impuesto al mercado como el supremo hacedor de todas las cosas, y en su nombre gobiernan al mundo.

Luego tenemos el sector público, el de las administraciones gubernamentales que, en función de los necesarios equilibrios fiscales han dejado de jugar su papel de "última opción" como fuente de empleos en tiempos de recesión o de desocupación creciente, que se ven obligados a reducir cada vez más su rol en el campo de la asistencia social, y que se ven obligados asimismo a incrementar su función policíaca en virtud de los fenómenos provocados por la marginación creciente de las poblaciones. "De hecho, en casi todas las naciones industriales del mundo, los gobiernos centrales reducen su tamaño y eliminan parte de sus responsabilidades tradicionales de garantizar los mercados, perdiendo importancia frente a las multinacionales y poder para seguir garantizando el bienestar de sus propios ciudadanos".

Cree Rifkin que este sector debe retomar algunos aspectos de su papel regulador en las sociedades, generar un "colchón" contra los duros golpes impuestos por la demoledora tecnología de la tercera revolución industrial y orientar los talentos y la energía, tanto de los que tienen trabajo como de los desocupados, los que tienen poco tiempo libre y los que tienen todo el tiempo del mundo, a la reconstrucción de miles de comunidades locales y la creación de una tercera fuerza que florezca independientemente del mercado y del sector público. Tal es su propuesta.

¿Y qué es este sector social, el "tercer sector" de Rifkin?

Se trata de lo que en EEUU se denomina la "acción voluntaria", es decir, la labor de gente que, sin retribución, y fuera de sus horarios de trabajo, desempeñan labores en la comunidad en la ayuda al desempleado, al sin techo, al marginado. Dotando de los suficientes recursos, utilizando incluso el trabajo del desocupado, o remunerando de alguna manera, por la vía de la excensión de impuestos, por ejemplo (el "salario fantasma", como él lo califica) a quienes realizan tal tipo de labor comunitaria, piensa Rifkin que puede irse generando una zona de la sociedad, cada vez más amplia, fuera del mercado, y de alguna manera confrontado con él.

No hay que reírse de la propuesta, por más que la podamos calificar de ingenua, o de "utopía reaccionaria", puesto que se propone derrotar al mercado sin "cambiar al mundo de base", sin sus sustituir al capitalismo por un sistema que ponga "cabeza para arriba" un modo de producción puesto "cabeza para abajo", para utilizar la vieja jerga marxista.

Al fin de cuentas, el hombre liberado de la alienación del trabajo, el hombre que delibera colectivamente sobre los fines más que sobre la puesta en acción de los medios, el hombre que realiza plenamente su existencia personal en el medio social en el que vive, es, más que el hombre de la era "post-mercado", el hombre de la era "post-capitalista", cualquiera que sea el nombre que le queramos poner a la sociedad superadora de la actual.

 Retomando a Marx

Lucien Sève, retomando a Carlos Marx, pregunta, frente a las insalvables contradicciones en que se debate el capitalismo, ¿no hemos llegado precisamente a este punto? (Al punto señalado por Marx hace ya 140 años, en el que la introducción masiva de la ciencia en la producción transforma en algo infinitamente pequeño el tiempo de trabajo directo en relación a su producto, en que "el robo del tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparada con este fundamento recién desarrollado, creado por la gran industria misma". "El plustrabajo de la masa ha dejado de ser la condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano". Así se convierte en obsoleta la producción fundada en el valor de cambio, encerrada en las formas contradictorias de la penuria en medio de la más grande riqueza, mientras que florecen los supuestos materiales del desarrollo libre de las individualidades.).

Se pregunta Sève: "Con la irrupción sin precedentes de la ciencia en la producción, ¿no estaremos viviendo la reducción drástica del tiempo de trabajo necesario, aunque "cabeza abajo", es decir, preso de las lógicas capitalistas de la desocupación masiva, de la contratación aleatoria del trabajo, del trabajo precario, del despido precoz, al tiempo que surgen por doquier condiciones tales como los requerimientos de superación de la dicotomía esclerosante tiempo de trabajo/tiempo libre, de la reducción mercantil de la fuerza del saber y del trabajo, en síntesis, las premisas de una nueva era de la organización social y de la existencia personal?".

Sève agrega todavía otros supuestos, que Marx no podía prever, como el inmenso auge de los servicios y la omnipresencia de la información, "hoy encorsetadas en la forma mercancía al precio de una desastrosa mutilación de las posibilidades que ellos implican: repartición de los costos, cooperaciones no depredatorias, desarrollo superior de las capacidades personales".

Todo apunta a la superación del capitalismo. Sectores cada vez más amplios de las sociedades humanas, más allá incluso del carácter clasista de la confrontación entre clase poseedora y clase desposeída, comienzan a cuestionar el sistema en cuanto presenta lo que se ha denominado "umbrales de viabilidad" que el sistema no puede traspasar por una regla ineludible que hace a su esencia, esto es, la obtención permanente de la tasa máxima de ganancia, umbrales que hacen a la economía, a la ecología y a la propia preservación de la vida sobre el planeta.

Es un sistema depredador, incapaz de resolver problemas relacionados con el agotamiento de reservas energéticas y mineralógicas de la Tierra, incapaz de cumplir las convenciones internacionales relacionadas con la preservación del medio ambiente, incapaz de combatir el flagelo del hambre en vastas regiones del mundo en tanto la abundancia plena de los bienes materiales y espirituales es generada a raudales con el poderoso aliento de la inteligencia humana, incapaz de preservar la biodiversidad, al extremo de poner en peligro, como bien lo señalara Fidel Castro en la Conferencia de Río la propia supervivencia de la especie humana.

Pero lo grave es que es "esencialmente" incapaz. No se trata de la perversidad o la ignorancia de tal o cual, de quienes en tal o cual lugar deben tomar las decisiones. El capitalismo como sistema no puede hacer otra cosa, salvo que se niegue a sí mismo. No puede superar sus "umbrales de viabilidad".

Es por eso que la humanidad tiene planteada como tarea la superación histórica del capitalismo. Sève repite dos afirmaciones de Marx. La primera: "Si la sociedad tal cual es no contuviera, ocultas, las condiciones materiales de producción y de circulación para una sociedad sin clases, todas las tentativas de hacerla estallar serían otras tantas quijotadas". La segunda: "La humanidad no se propone nunca más que tareas que ella misma puede resolver".

Cuando Jeremy Rifkin nos habla de un sector social por fuera del mercado, capaz de ir cubriendo las necesidades de las masas humanas de una plena existencia, de una plena realización como individuos, abandonando el culto de la mercancía-fetiche impuesto por el mercado con su incontenible presión hacia el consumo, priorizando la labor social en el seno de las comunidades por encima de la satisfacción de apetencias materiales y las concepciones individualistas, más allá de la utopía que puede significar la idea de la convivencia con las grandes transnacionales dominando las economías de las naciones, está reconociendo el hecho de que existen ya las condiciones materiales para la sociedad sin clases.

Claro, Marx habla de hacer estallar la sociedad tal cual es", esto es, se plantea la transformación revolucionaria de la sociedad, poner sobre sus pies lo que hoy está cabeza abajo, cambiar al mundo de base.

Pero no importa. Lo importante es constatar que en el seno de la sociedad actual van germinando las condiciones objetivas, y también subjetivas, para su superación.

Los Nuevos Problemas

Estas constataciones introducen, por otro lado, un conjunto nuevo de problemas, que Lucien Sève se encarga de poner sobre el tapete, y que también de alguna manera subyacen en el concepto de la era postmercado de Rifkin, y que no hay más remedio que empezar a abordar. Pienso en particular en dos:

Problema 1 - Clásicamente, no sólo los comunistas, sino en general los marxistas hemos concebido la revolución comunista con una etapa intermedia, el socialismo, en la cual, efectuada la apropiación social de los medios de producción se genera un proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, "impetuoso desarrollo" según preveíamos, capaz de generar las condiciones materiales del comunismo, y en la cual, por otro lado, el Estado concebido como el instrumento de dominación de una clase sobre otras, va degenerando, en la medida de las contradicciones de clase van desapareciendo, hasta su total extinción.

El comunismo se nos aparecía con perfiles borrosos. Muchos de nosotros nos acostumbramos a definirlo con dos frases: una, es la sociedad en que se aplica el principio "de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades", y otra, es la sociedad en la que el estado y las clases desaparecen, y "el gobierno de los hombres se sustituye por la administración de las cosas".

Pero no íbamos mucho más allá, salvo en alguna obra literaria de anticipación.

Parecería que no podíamos avanzar mucho más porque en el seno de la sociedad actual no habían germinado aún las condiciones para la sociedad sin clases, y nos planteamos el socialismo como una fase de tránsito, preparatoria, cuyos lineamientos sí podíamos elaborar porque partíamos de ciertas estructuras de producción, de ciertas relaciones sociales, que conocíamos y sobre las cuales era posible operar.

Pero, de la mano de la revolución técnica-científica, el "impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas" se produjo en el seno mismo de la sociedad capitalista, dando a luz nuevas contradicciones , profundas, diversas e insalvables, que han puesto en cuestión su propia existencia, y que, como contrapartida, con el formidable incremento de la productividad del trabajo va generando las condiciones materiales de la sociedad sin clases, de la sociedad comunista.

De manera harto polémica, y por tanto discutible, Sève resume de esta manera su planteo: "lo que ha muerto en estos finales del siglo XX, tomando el término en su sentido conceptual, es el socialismo, socialismo que debía ser ‘la primera fase del comunismo’ y ha comprobado ser su antítesis esencial. Lo que se incorpora en cambio al orden del día, en el sentido marxiano de la palabra, es el comunismo, un comunismo cuyo concepto sustantivo debe ser enteramente reelaborado a partir de las realidades de hoy, y de los supuestos de mañana que en ellas proliferan".

Teniendo presente las realidades de un mundo en que se ensancha de más en más el abismo entre un centro altamente industrializado, teatro real de las espectaculares transformaciones en la producción, en los servicios, en las comunicaciones, objeto de todos estos comentarios, y una periferia que sólo sufre las consecuencias de esos fenómenos pero marginada de ellos, cabe preguntarse, de acuerdo a esta tesis, qué papel habremos de jugar nosotros, pobres mortales que somos además los 2/3 de la humanidad, en cuanto en nuestras sociedades no se vislumbran, ni de cerca, esas condiciones materiales de la sociedad sin clases, y para quienes tal vez siga siendo necesario pensar en etapas intermedias.

De todos modos, el tema está planteado, es superador del desaliento causado por tantas derrotas y fracasos, y, sobre todo, reafirma de manera contundente la vitalidad del pensamiento marxista.

Problema número dos: el papel de la lucha de clases para la transformación revolucionaria de la sociedad.

¿Qué dice al respecto Sève?: "...a medida que el capital penetra más en campos de actividad como la salud, la formación, la información, la investigación, la cultura, el tiempo libre, ¿acaso no engendra, mucho más allá de la explotación del trabajo, formas inéditas de alienación profundísima de la vida social y personal, cuyo carácter de clase no transforma, sin embargo, a las víctimas en clases? porque lo que aquí se encuentra afectado es mucho menos su status en el sistema de las relaciones de producción y de repartición que su relación con las finalidades y regulaciones antropológicamente esenciales y el destino mismo de tales actividades. Por ahí son agredidos, no solamente en tanto asalariados explotados, sino mucho más profundamente en tanto actores desarraigados de su propia actividad humanizante, y de ese modo alienados en el centro de su persona".

En una palabra, que el campo de los sectores sociales agraviados por el sistema, y por tanto objetivamente anticapitalistas es muy amplio, y supera al mero concepto de clases, aunque no lo sustituye. Se trata, y esa es la tarea, de encontrar los caminos de convergencia para esas vastas fuerzas sociales por ahora dispersas, y por lo mismo incapaces de revertir esa sensación de la imposibilidad de superar el dominio capitalista actual.

Termino citando una vez más a Sève: "Si todo no es falso en tal análisis, puede conducir a reconsideraciones prospectivas y estratégicas de primer orden. Las fuerzas potencialmente motrices de una superación real del capitalismo no pueden ya de ningún modo quedar encerradas en una mera definición de clase a la antigua: desde muchos puntos de vista la desbordan. El retraso en tomar clara conciencia de ello se paga con una muy lamentable carencia de intervención de las organizaciones anticapitalistas, por ejemplo, en las graves crisis de contenido que se esbozan o se agudizan en el campo de la investigación científica o del sistema de salud, de la escuela o del deporte, de la creación artística o de las redes de información.

Lo que confiere al capitalismo su reputación de ser imposible de superar, ¿no se debe acaso concebir y construir los movimientos sociales, culturales y políticos nuevos, capaces de empeñarse en su superación, movimientos cuyos supuestos están ya dados o en vías de surgir?"

En fin, que son éstos, tiempos de pensamiento tanto como de acción.

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