PENSANDO EN VOZ ALTA
Wladimir Turiansky.QUE PENA.
(León Felipe)
“...que pena si este camino
fuese de muchísimas leguas
y siempre se repitieran
los mismos pueblos
las mismas ventas
los mismos rebaños
las mismas recuas...”Lo que sigue es un intento por colocar un debate, medio susurrado, medio entre líneas, que se viene instalando en la interna frenteamplista, en aquellos carriles que por lo menos contribuyan a tener claro de qué estamos hablando. Reconozco que no es el primer intento, y que estoy cayendo en una suerte de “reiteración real”. En fin, voy al punto.
Primero me parece bueno repasar el punto de partida.
La dictadura, durante 12 años, destruyó, mató, encarceló, expulsó, a miles de hombres y mujeres. Generó, con su política económica tanto como con el terror, la fractura de la sociedad.. Las dos décadas posteriores de gobiernos democráticos, si bien restablecieron la libertad y los derechos políticos, consolidaron el modelo conservador y excluyente del neoliberalismo en boga en el mundo, construido como el instrumento apto para la apropiación del excedente en las condiciones de un proceso de globalización comandado por el sistema financiero.
En ese marco se fue desmantelando la industria, se fue generando una fabulosa deuda externa con su consiguiente carga financiera, se desarrolló una ofensiva permanente de achicamiento del Estado y su rol en la economía y en la distribución de la riqueza, y los ajustes fiscales fueron la receta repetida. Los resultados son harto repetidos. Pobreza, exclusión, desocupación, marginación, dispersión social.
Pero esta es la cara material del proceso. Es un aspecto de la herencia.
Es necesario no olvidar la otra cara, la que no se mide por indicadores estadísticos. Me refiero al retroceso en la conciencia social, los fenómenos de la superestructura.
Como resultado de las transformación regresiva de la economía, cambió la composición social. La clase obrera se redujo, se fragmentó, cambió en cuanto al peso y el papel del proletariado industrial. El sector de la burguesía industrial y de algunos servicios perdió influencia en beneficio del sector financiero. La Universidad, desmantelada por la dictadura, no logró recuperar el papel de generadora de ideas y constructora del pensamiento nacional, y las capas medias, los intelectuales, tan decisivos junto a la clase obrera en la formación del pensamiento de izquierda, vivieron un proceso de empobrecimiento y en buena medida siguieron el camino de la emigración y un cierto alejamiento de la vida social y política.
Las ideas no son un puro reflejo mecánico de los cambios en las condiciones materiales, pero sin duda se interrelacionan, interactúan. Así como cambió la estructura social, cambió la superestructura, las formas de pensar y de sentir, la cultura, los hábitos.
Todavía otro fenómeno se superpuso: la caída del campo socialista y la desaparición de la URSS, generó la expansión del modo capitalista de producción al mundo entero, multiplicó el proceso de acumulación basado en la apropiación de la plus-valía, y un nuevo impulso hacia el dominio del mundo por las principales potencias imperialistas lidereadas por los EEUU. En esas condiciones, los programas de liberación nacional basados en la existencia de dos bloques contrapuestos, tanto que lo miráramos desde las concepciones de la tercera posición como desde la adhesión al hoy llamado socialismo real, y que se basaban ambos en el enorme respaldo potencial representado por el campo socialista, dejaron de responder a las nuevas realidades.
Pero además, y encima, el derrumbe alcanzó al mundo de las ideas, poniendo en tela de juicio estructuras mentales arraigadas a todo lo largo del siglo XX, certezas que parecían inconmovibles, puntos de referencia. Es una crisis aún no superada. Y en ese caldo de cultivo la ideología dominante se tradujo en el fin de las ideologías, en ese cacharro inútil que algunos han bautizado como post-modernismo.
De manera que el mundo ha cambiado, para peor pienso yo, y eso más allá de las fantásticas conquistas de la ciencia y de la técnica. Se ha vuelto caótico, terriblemente injusto, se ha plagado de guerras de agresión tanto como de hambre y enfermedades, y en manos de sus actuales dueños, no le espera futuro alguno.
Así como el mundo, la región cambió, y como acabo de describir, el Uruguay cambió.
No sólo cambió el río, tal como nos explicaba Heráclito hace 2500 años. También cambió el bañista.
Por eso es lícito afirmar que no arrancamos de 1971, arrancamos de mucho más atrás. No sólo hemos retrocedido en la esfera de la base material. Hemos retrocedido en el largo proceso de acumulación de fuerzas, pensada ésta como un crecimiento en organización tanto como un crecimiento de la conciencia social, es decir, pensada en el sentido de la construcción de una nueva hegemonía sustitutiva de la hegemonía dominante.
Y ya no nos sirven las ideas fuerza con las que trabajamos en los años 60. No nos resuelve el problema acudir al programa del Congreso del Pueblo. Debemos delinear nuestro proyecto partiendo de nuestras realidades, del contexto mundial, de nuestras tradiciones históricas, de nuestras experiencias.
¿Con que contamos entonces? ¿Qué es lo permanente, en medio del cambio? Son esos principios que lo son no porque figuren en algún artículo de un estatuto, o en la tapa de las bases programáticas, sino porque definen a las fuerzas del progreso social en todos los tiempos, antes incluso que la revolución francesa acuñara los términos izquierda y derecha en referencia a la revolución o la restauración. Es la libertad, la democracia, la igualdad, la solidaridad. No estamos, pues, en el reino del inmovilismo, pero tampoco en el del puro pragmatismo.
Cabe preguntarse: ¿Qué es lo que, pese a estas debilidades, nos llevó a la victoria en las elecciones del 2004?
Me parece que se sumaron dos factores: en primer lugar la permanencia del FA y la identificación que a lo largo del tiempo el pueblo ha hecho de esa fuerza política como sinónimo de avance social, y luego la imperiosa necesidad de las grandes mayorías nacionales de buscar una alternativa a gobiernos blancos y colorados que condujeron al país a la ruina. No es poco, desde luego. Pero no es mas que el punto de partida. Todo lo demás está por hacer. Nada menos que consolidar eso que algunos llaman voto prestado.
Bien. Tenemos el gobierno y tareas comprometidas con el pueblo por cumplir. Me refiero al programa de gobierno tanto como a las tareas de la fuerza política, pues no veo manera de disociarlas, al menos en relación a lo que considero la cuestión estratégica central, esto es, la construcción de la base social y política, expresión de las grandes mayorías nacionales, que posibilite consolidar el actual proceso de cambios y avanzar en el sentido de su profundización.
¿Cómo cumplir mejor esa tarea?
Yo quisiera traer a la memoria el proceso de construcción de la unidad de los años 60. No lo hago por un dejo de nostalgia. Es que como de alguna manera parece que la vida nos lleva a retomar el viejo trillo, tal vez valga la pena repasar aquella experiencia. Claro que en otro nivel, porque hoy no pensamos en cientos de miles de personas, pensamos en millones.
La idea era construir una gran alianza popular, que expresara en la organización social y en la fuerza política, los intereses comunes a los asalariados, a los pequeños productores, a las capas medias, intereses comunes que pudieran reflejarse en un programa. Naturalmente, en la medida que se ganaba en la amplitud de las alianzas se perdía en la profundidad de los programas. ¿Cuál era el límite? ¿En que momento esa contradicción, ese ganar en amplitud y perder en calidad de programa implicaba cuestionar el objetivo estratégico, por ejemplo el de quienes, como la fuerza política a la que pertenecía, el PCU, nos proponíamos avanzar hacia la liberación nacional y el socialismo?
Ante nosotros se abrían dos tácticas: la más sencilla y directa, circunscribir el ámbito de las alianzas a quienes compartieran el contenido programático que satisficiera nuestro objetivo estratégico, o se aproximara a él. La otra, más trabajosa y de más largo aliento, acumular en la dirección del desarrollo de la conciencia política de las más amplias masas populares, de manera de romper el círculo vicioso de la contradicción señalada y crecer en amplitud, y también en profundidad, en una especie de síntesis dialéctica.
Yo recuerdo reiteradas intervenciones de Rodney Arismendi, sus artículos, apelando de manera permanente a esos conceptos. Debemos pensar en cientos de miles, decía, si de verdad pretendemos avanzar en la construcción de una fuerza política que tenga capacidad de incidencia real, que no sea meramente testimonial. Tener audacia en la política de unidad, en la amplitud de las alianzas, y tener audacia en la promoción del programa, en el desarrollo de la conciencia política necesaria para que el conjunto del pueblo fuera capaz de asumirlo como propio.
Claro, eso implicaba sudar la camisa, construir los medios organizativos y propagandísticos adecuados para que esto no fuera una mera expresión de deseos.
Suponer que la superación de esa contradicción, que era objetiva, que era un dato de la realidad, podía resolverse en la lucha ideológica en el campo de nuestros aliados, sólo conducía al debilitamiento de la alianza, ponía en entredicho la unidad, y era estéril, además de su efecto de desgaste. Esa fue una preocupación permanente de Arismendi.
Se trataba de ganar la batalla en las grandes masas, combatir allí el pensamiento de la derecha y de las clases dominantes, en una palabra, construir una nueva hegemonía.
Hoy en este contexto distinto, que he descripto, las tareas son parecidas. Y por favor, no estoy diciendo que volvemos a lo mismo, como el caballo en la noria, o como el poema de León Felipe. La historia no describe círculos, en todo caso avanza en espirales. Tiempos distintos, gentes distintas. En algunos aspectos hemos retrocedido. En otros hemos avanzado. Por ejemplo, la influencia política del FA alcanza al millón de votos, si el voto es una medida. Pero de ahí a medir con esa regla el avance en organización y en conciencia, en participación activa, me parece un exceso de optimismo. Tenemos un largo camino por delante.
De ahí que sea imprescindible consolidar la presente etapa. El Gobierno, sus integrantes, los dirigentes políticos, expresan en sus coincidencias y en sus diferencias, en sus estilos, en sus trasfondos ideológicos, el pensamiento de la izquierda hoy, su diversidad. Mas aún, son el reflejo de la sociedad uruguaya de hoy, ni más ni menos, no han sido importados de ningún lado, son el fruto de la conciencia social, de lo más avanzado y lúcido de ella. Eso de la verdadera izquierda, de una izquierda que es izquierda y otra que no lo es tanto no sólo nos divide, es conceptualmente falso.
Por lo tanto, defendamos lo ya logrado y ayudemos a generar las condiciones sociales para nuevos avances. ¿Cómo? Construyendo nuevas metas programáticas, pero no en el gabinete académico, sino con el involucramiento de esas grandes mayorías que nos acompañaron en esta primera etapa y con las cuales, y sólo con las cuales, seguiremos avanzando. Lo demás es puro voluntarismo.
El Gobierno nos coloca en inmejorables condiciones para eso. Se generan innumerables espacios de participación, todavía desaprovechados. No hay obstáculos para generar desde las organizaciones sociales y políticas otros.
Tenemos, eso sí un serio obstáculo. Como nunca, los grandes medios de comunicación de masas pertenecen a la derecha, y ya sabemos como operan. Y nosotros no tenemos, no hemos construido, grandes medios, y eso nos ha vuelto medio autistas. Parece urgente abordar esa tarea, tanto como el desarrollo de la organización de nuestra fuerza política, hoy tan debilitada. No hacerlo, y al mismo tiempo plantearnos estos desafíos que involucran a millones de compatriotas, es mentirnos a nosotros mismos. Y eso sí sería una pena.