12/01/2016
Para nadie es secreto que América Latina vive, en estos momentos una ofensiva de la derecha y el imperialismo que, como es lógico, busca recuperar posiciones que, a su vez apunta a una recomposición económica que se traducirá, de consumarse en todos sus términos, en la pérdida de las conquistas sociales y económicas que los sectores más necesitados lograron en la última década y media.
También  hemos visto cómo operan estos lacayos del imperio unidos a las oligarquías criollas en países como Venezuela, Argentina y Brasil (1), disfrazándose de “oposición democrática”, apelando al uso indiscriminado del monopolio mediático, alentando, organizando y financiando protestas “populares”, promoviendo la guerra económica a la chilena, procurando desestabilizar e incluso derrocar gobiernos democráticamente electos. Todo eso y mucho más es rigurosamente cierto, comprobado y documentado.
Pero quien crea que las fuerzas políticas de izquierda y progresistas que han llegado al gobierno son sólo víctimas de este remezón y no han cometido errores u omisiones graves, decididamente no está en condiciones de desentrañar la naturaleza de los hechos y menos aún de sacar conclusiones válidas.

Parece claro, entonces que el papel que han jugado y juegan las fuerzas políticas y sociales representadas en los gobiernos-y los gobiernos mismos- de estos países debe ser analizado a fondo y críticamente, es decir enfocar los indudables aciertos en las políticas aplicadas-particularmente de las experiencias más avanzadas como Bolivia o Venezuela- y, a la vez localizar y señalar las carencias y omisiones, caracterizando en concreto cada uno de estos elementos.
Se podrían señalar sin mayores dificultades muchos de esos errores y omisiones. Y de hecho, ya han sido exhaustivamente abordados por los más prominentes analistas del continente. Pero si miramos el punto de partida cronológico del proceso de avance de la izquierda (2ª mitad de los 90), entonces creemos estar habilitados para encarar un enfoque en base al materialismo histórico marxista.
Para ello sería conveniente pararnos en la etapa que comienza en la apertura democrática, es decir en los 80. Era la culminación de una etapa con objetivos de una democracia avanzada, que implicaba, basarse en la derrota de la dictadura para abrir caminos de liberación de la dependencia a través de la profundización de la democracia. Pero en realidad la izquierda se fue deslizando desde esa posición, asumiendo con total ambigüedad sus vocaciones revolucionarias, como dice la Prof. Marisa Bategazzore con respecto al Uruguay:
“En las postrimerías del siglo vivimos una ofensiva del imperialismo, también en el plano ideológico. En sus manifestaciones fascistas o fascistizantes fue fácilmente reconocible y despertó la resistencia de amplios sectores sociales, incluso de tendencia liberal-conservadora. Condimentada con institucionalidad, relativo respeto a las normas jurídicas y formas democráticas, contrastada con los regímenes dictatoriales y combinada con la crisis del sistema socialista, sembró la confusión -con una dosis de sentimiento de culpa- en las filas otrora revolucionarias. Se reconstituyó la hegemonía del pensamiento burgués, que fuera puesta en jaque en los ‘60. Completó la obra de la dictadura: ésta castigó a los réprobos, ahora el sistema les daba cabida a condición de enmendarse. Purgatorio, y paraíso recobrado.”
   “Es posible que tampoco se percibieran las limitaciones, en el tiempo y en el contenido, de las alianzas políticas y sociales anudadas en la lucha contra la dictadura. Hubo demasiadas ilusiones rotas por la realidad de la “restauración democrática”. La izquierda uruguaya, si bien fue inmediatamente excluida del pacto de gobernabilidad, se mantuvo apegada a una táctica de “concertación” con los partidos burgueses que, prolongada más allá de su contexto original, la colocó, de hecho, en una situación subordinada. Las sucesivas “actualizaciones ideológicas” respondieron, entre otros factores, a esa circunstancia. Que grupos con raíces reformistas se plegaran a esta corriente de modernización conservadora y adoptaran capítulos del catecismo neoliberal con decorados posmodernos y nacional-desarrollistas, no fue tan impactante, objetiva y subjetivamente, como el proceso de “renovación” emprendido dentro del PCU, que condujo a su debilitamiento orgánico y a la escisión. Ignorando o tergiversando su propia herencia teórica y práctica, hubo asombrosos actos de contrición por inconsecuencia democrática y empeñosas glorificaciones de la democracia “en general”, culminando en la sorpresiva abjuración pública por el Secretario del partido, Jaime Pérez, del concepto de dictadura del proletariado.
Las dos caras de la moneda de la decepción son el reformismo y el utopismo: la resignación a lo posible -entendido estáticamente y en un presente absoluto- o una aspiración a lo que, por definición, se considera imposible. A veces se combinan en imaginaciones sistemáticas de enclaves evadidos del mercado, a la espera del inevitable desmoronamiento espontáneo del capitalismo global. Reformismo y utopismo -el actual, no el histórico- son dos manifestaciones de sujeción a las condiciones objetivas, olvidando “que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado”.
Y en relación al conjunto de América Latina es interesante lo que sostiene Beatriz Stolovich, profesora-Investigadora del Departamento de Política y Cultura de América Latina, de la Universidad Autónoma Metropolitana, México
“Es que los tiempos actuales son de confusión. Porque se dice, y se cree, que el capitalismo latinoamericano se estaría moviendo, por un ajuste de sus propios engranajes, a corregir los excesos del neoliberalismo e ingresando a un estadio posliberal. El movimiento pendular estaría confirmándose en las urnas. Todo un alivio... y un desconcierto, porque los latinoamericanos no sabemos mucho de suaves oscilaciones, sino de violentas trepidaciones.
Los voceros de la teoría pendular nos han tomado de la mano para transitar desde el desprestigiado “pensamiento único neoliberal” a la “era progresista”, a la alternativa posliberal que encarnaría el espíritu crítico del presente. Con metamorfosis discursivas han reconquistado legitimidad.”
 Y más adelante agrega: “Cada tercera vía burguesa, para imponerse, desarrolla intensos debates al interior mismo de las clases dominantes para convencerlas de la necesidad de ese cambio, y desde luego hacia el resto de la sociedad para construir un nuevo consenso. Cuando este consenso aún no se concreta, la batalla de ideas entre los dominantes parece enfrentar, como si se tratara de enemigos, a quienes son igualmente defensores de la preservación del capitalismo. Los argumentos a favor del cambio de estrategia adoptan, por momentos, un dramatismo tal, que sus promotores quedan mimetizados como acérrimos opositores de las fuerzas que dominan y de sus métodos, pudiéndoseles confundir con la oposición de los dominados. El reclamo por cambios y contra el statu quo les confiere a sus promotores, invariablemente, un aura progresista. Son “los progresistas”, no importando el contenido particular del cambio, ni que su alternativa sea una reacción para conservar al capitalismo. Es decir, una respuesta conservadora al margen de las adhesiones doctrinarias en cada momento.”
Está claro, entonces, lo que planteábamos en otra nota acerca de la importancia de qué clase social conduce los procesos de liberación (2). En los 70, al inicio del Plan Cóndor había tres países cuyo movimiento social era conducido o, al menos tenía la impronta de la clase obrera y el movimiento sindical: Chile, Uruguay y Argentina. Un dato nada menor, especialmente para los estrategas de Washington y el Pentágono. En el momento actual es muy claro que aquella primacía pasó a manos de otros sectores medios y altos que conducen el movimiento.
Esta situación podemos verla traducida o expresada en el Frente Amplio. En los primeros años de su fundación, por ejemplo, el movimiento sindical tenía una altísima aceptación, por no decir veneración en la interna del FA. Algo totalmente natural, por otra parte, si tenemos en cuenta que como dicen algunos compañeros, el FA, en alguna medida es hijo del movimiento sindical. Hoy en día, sin ir más lejos es común oír, en la estructura, hablar contra los sindicatos. Opiniones claramente oportunistas por demás, basándose en metodologías equivocadas de algunos gremios-que siempre existieron y existirán, dicho sea de paso-.
En la región y en Uruguay en particular estamos en una coyuntura crítica. Así lo plantea con gran lucidez el economista Rodrigo Alonso :
“En un alto nivel de abstracción, observando las tendencias generales y poniendo el foco en lo que son las determinaciones fundamentales del capitalismo uruguayo, tenemos que cuando baja la renta que recibimos del mercado mundial (desciende el precio de los commodities) y baja además el flujo de capitales externos que nos buscan para valorizarse, el conjunto de nuestra economía se resiente. En ese punto de inflexión –en el que estamos entrando actualmente–, para dar continuidad al crecimiento hay que echar mano al endeudamiento externo (hoy podemos decir que probablemente estemos a las puertas de un nuevo ciclo de endeudamiento externo), y cuando esto ya no es posible (para endeudarse hay que tener al menos la ficción de que se podrá pagar en el futuro), lo que le queda a nuestro capitalismo para continuar con su reproducción, ahora a una escala menor porque quiebran empresas y aumentan los obreros sobrantes, es avanzar sobre el precio de la fuerza de trabajo, es decir, la baja del salario real y del salario indirecto (gasto público social). Los famosos “ajustes” son la expresión de este último movimiento”.
…”No se trata aquí de una cuestión de “épica” izquierdista, la propia formación económica nos pone ante la encrucijada de avanzar en transformaciones profundas o ver con impotencia el desarrollo de un ajuste antipopular y empobrecedor”.
…”Si las cosas se van decantando por el mantenimiento de los acuerdos y compromisos con el poder económico y la renuncia a emprender reformas que avancen sobre el capital, entonces podemos estar ante el mejor de los mundos posibles para la derecha criolla: que el propio Frente Amplio aplique el ajuste que el capital reclama y luego pague los costos de ello dejándole en bandeja las elecciones de 2019. Si así fuere, este cambio de ciclo y el ajuste por delante no sólo acabarán dejando como saldo histórico un retroceso en las condiciones de vida de la mayoría social, sino también la recomposición plena de los vínculos entre los poderes fácticos y el Estado uruguayo.”(3)
Horizonte nada promisorio, sin duda. Claro, en la vida de la sociedad nunca hay perspectivas fatales ni victorias aseguradas. Todo dependerá-volviendo a nuestro planteo de qué clase conduce-del papel que jueguen los sectores populares más avanzados con la clase obrera a la cabeza. Pero también las posturas que asuman las expresiones políticas de esos sectores.
Si, en línea con la actitud de combate de los trabajadores en defensa de sus intereses y del país, promueven una nueva correlación de fuerzas en el FA con amplias y serias alianzas que detengan toda esta lógica de adaptación capitalista, quizá podamos pensar en avances reales.  Pero si siguen manteniendo el discurso, como hasta ahora, lleno de frases vacías que apuntalan e instalan la inevitabilidad del progresismo, se verá cumplido el vaticinio que hace R. Alonso en Brecha. Que por otra parte está precedida de una tendencia, por lo que no estamos haciendo estimaciones antojadizas.
La vida dirá, como siempre, quiénes estarán a la altura de su historia.
Por ello, es aún un “final” abierto.
1-Pero también en Bolivia, Ecuador, Honduras Paraguay y Uruguay.
2 –Ver “Los reflejos (lentos) de la Izquierda en América Latina”, www.quehacer.cum.uy.
3-Brecha 8/1/2016