"Cuando el gobierno está al alcance de la vista como una playa
para un barco que se acerca luego de un largo derrotero, sería
estúpido, criminal o suicida perder de vista el objetivo y naufragar
en las pocas disidencias internas. Hacia la victoria: el pueblo unido,
jamás será vencido."
Rodney Arismendi
Agosto de 1966
LA UNIDAD EN EL XIX CONGRESO
SE GESTA UN CAMBIO CUALITATIVO EN LA CONCIENCIA DE LOS TRABAJADORES
Nuestro país vivió horas de intensas luchas, en el breve período que evocamos. Se desvaneció la imagen del Uruguay “quieto”, de la presunta “Suiza de América”, presentada a dúo tanto por ciertos comentaristas de “izquierda” como por otros, de derecha, propagadores de leyendas edificantes. Y en su lugar emergió la figura de una clase obrera y un pueblo combativos, protagonistas de esta gran pugna patriótica, democrática, de clase. A pesar de este auge, se conservan en el movimiento obrero y popular en su conjunto, desproporciones e inarmonías que ya fueron señaladas por nuestro XVIII Congreso, y que cabe recordar:“... es una etapa de ascenso del proceso democrático-nacional. Esa valoración positiva no debe ocultar, sin embargo, las deficiencias, debilidades y desproporciones que todavía se arrastran.
Entre ellas pueden señalarse como algunas de las más importantes: la desproporción entre el nivel de las luchas sociales en la ciudad y en el campo; entre el nivel de lucha y organización populares en la capital y en el interior; entre la altura alcanzada por el proceso social y el desarrollo del frente único de las masas, por una parte, y el proceso político, todavía atenazado por la Ley de Lemas y el predominio de los partidos tradicionales, que dificultan que aquellos encuentren su expresión en el plano electoral por otra; entre la gravedad alcanzada por la crisis de estructura y la conciencia política de las masas en cuanto a que sólo la salida revolucionaria permitirá resolverla; entre la capacidad del Partido Comunista para decidir grandes acciones de masas y su tamaño aún insuficiente”.
Pasos importantes han sido dados con miras a superar estos desniveles, pero ellos se conservan aunque ahora deben ser estimados según otras medidas, en el plano de un movimiento que se ha extendido y profundizado. Los problemas políticos e ideológicos a resolver en un movimiento obrero ya altamente desarrollado en Montevideo, se combinan con la urgencia de su extensión a todo el país en forma metódica y tenaz, así como con la preocupación militante por conformar un sistema de alianzas más sólido, más amplio y más organizado del proletariado con las capas medias urbanas y la aplicación de una línea consecuente hacia el campo con miras a forjar la alianza obrero-campesina. Por otra parte, nosotros concebimos el proceso social y político uruguayo que conduce a la formación del Frente de Liberación, como un entrelazamiento del movimiento de las masas -unidas en un complejo de organizaciones y lanzadas a la lucha por un programa- con la edificación simultánea de la unidad de la izquierda y el también simultáneo desarrollo del Partido. Reflejamos gráficamente esta idea cardinal de nuestra táctica, con la imagen de tres círculos enlazados: el más amplio supone el vasto movimiento reivindicativo de las masas; el segundo, la formación del núcleo antimperialista y avanzado del Frente de Liberación Nacional; el tercero, la construcción del partido del proletariado, conectado estrechamente al proceso de unidad social y política.
El F. I. de. L. nació como el núcleo del Frente de Liberación, raíz de una alianza más amplia de clases y capas sociales antimperialistas y antioligárquicas, llamada a expresar, en el plano político, el vasto agrupamiento ya concretado, antes que nada, en el plano gremial. El engrandecimiento del F. I. de. L. (ampliándolo desde arriba por la inclusión de otras fuerzas, y desde abajo a través de cientos de comités de barrios y fábricas, pueblos y centros rurales, facultades, medios intelectuales y oficinas, que faciliten la militancia de hombres de los partidos tradicionales, de católicos o sin partido, junto a los comunistas y otros grupos revolucionarios) se conjuga con la labor de profundizar y extender el movimiento gremial y de frente único de las organizaciones del proletariado y las capas medias hacia batallas reivindicativas y políticas cada vez más elevadas. Ambas tareas se complementan y se enlazan por múltiples nexos: a) por el carácter común de su plataforma, por la coordinación en la vida de las diversas formas de la acción económica, política, parlamentaria, propagandística y organizativa; b) por el hecho característico de que tanto nuestro Partido como el F. I. de. L. estén enclavados en el propio centro aglutinador de las masas y que miles de cuadros que constituyen la espina dorsal del movimiento gremial posean una conciencia política avanzada. Este es un mérito histórico del movimiento gremial uruguayo y una palanca poderosa para un cambio cualitativo en la conciencia de los trabajadores.
Las posibilidades de la unidad política no se agotan, sin embargo, con el Frente Izquierda, y deben explorarse con audacia todos los caminos que puedan contribuir a ensancharla. Uno de esos caminos es la Mesa por la Unidad del Pueblo, convocada a iniciativa del Frente y que integran, además, el Partido Socialista y un numeroso y calificado grupo de ciudadanos independientes. Por su actual composición y por su capacidad para atraer a multitud de fuerzas de la izquierda, auténticamente unitarias, dispersas en todo el país, la Mesa está llamada a ser un importante instrumento positivo en favor de la unidad política de esas fuerzas. El ingreso tumultuoso de las masas a la arena social y política hoy ya se ha encauzado orgánicamente, ha cumplido vastas experiencias y chocado con las caducas estructuras del partidismo tradicional y con la ineptitud de las clases dominantes para ofrecer un cambio renovador al país. Ello nos sitúa justamente en un momento de transición: la nueva conciencia política que apunta en las grandes masas -particularmente obreras, estudiantiles, intelectuales, etc.- aún no ha madurado plenamente; pero ya existen premisas para esta gran transformación que nuestro trabajo puede acelerar, a la vez que puede ser precipitado por un anudamiento de las propias contradicciones sociales y políticas.
Las grandes confrontaciones de 1964 y 1965, las intentonas golpistas que hirieron la conciencia de la mayoría del país, el actual pacto antidemocrático de la reforma constitucional repudiado unánimemente por la Asamblea Nacional de todos los sindicatos y enfrentado por 200 sindicatos con un proyecto de Reforma Popular, son hechos que, aunque de índole diversa, confluyen todos hacia un punto nodular: la gestación de un cambio cualitativo en la conciencia política de los trabajadores. ¿Cuándo, cómo y dónde, culminará esta transformación?. ¿Hasta dónde se reflejará este fenómeno en la elección, en las inevitables y duras batallas de otra índole, en defensa de las reivindicaciones económico-sociales, de la democracia y la soberanía, que sobrevendrán inevitablemente?. Es difícil responder ahora; la previsión científica no puede ser suplantada por augurios a plazo fijo; pero sí podemos responder sin vacilaciones, que en esa dirección se encamina el desarrollo social y político uruguayo. Y en este sentido cualquier idea esquemática sobre el proceso puede conducir a graves errores en cuanto a pérdida de perspectivas, o a estimar el desarrollo según una concepción voluntarista. Refiriéndose a Inglaterra, Lenin escribía: “No podemos saber... cuál será el motivo principal que despertará, inflamará y lanzará a la lucha a las grandes masas”. Y se preguntaba: “¿Quizás sea una crisis parlamentaria la que rompa el hielo o ... una derivación de las contradicciones coloniales e imperialistas?”. Y luego previene que en Francia un asunto “tan limitado como el caso Dreyfus” condujo “al pueblo a dos dedos de la guerra civil”.
Frente a la intentona gorila en junio del 64, o ante las Medidas de Seguridad en octubre-diciembre del 65, y en otro plano en las acciones solidarias con Cuba, gran parte del pueblo uruguayo vivió instantes críticos de aguda tensión. Surgido apenas de esos combates, enfrenta otras luchas, de distinta característica, algunas manejadas en el amplio campo de la acción legal, pero de audaz perspectiva, pues supone fijarse objetivos políticos para grandes masas. Se promueve así, el proyecto de Reforma Popular de la Constitución, que reúne los postulados de las últimas luchas y por su parte, la Asamblea Nacional de Sindicatos en decisión unánime llama a votar contra los proyectos regresivos de las clases dominantes. Así como Lenin en materia de “motivos” capaces de “romper el hielo” no oponía las crisis parlamentarias a las explosiones en las colonias, los trabajadores tampoco oponen metafísicamente su lucha por la Reforma a su huelga general contra el gorilismo y por la democracia, o a su voluntad de combatir en todos los terrenos contra el golpe. En verdad, se refleja aquí la rica dialéctica de la lucha social y política que, en este instante de transición, repetimos, lleva ya en su seno premisas para la maduración de una nueva conciencia política.
Promover la experiencia que acelere el proceso sin hacerlo abortar; utilizar los métodos adecuados para su desarrollo; corregir las debilidades y barrer las adecuaciones a procedimientos e ideas que pudieron corresponder a otras etapas de lucha, o tolerarse en ellas, es el quid de la cuestión. Debemos responder a imperiosos interrogantes que la propia vida nos arroja al rostro: ¿cómo movilizar más extensa y profundamente a esta multitud puesta en marcha?. ¿Cómo cohesionarla y conducirla en pos de un programa concreto?. ¿Cómo educarla a través de una experiencia de cientos de miles de personas?. ¿Cómo facilitar el alumbramiento de una conciencia antimperialista, avanzada, y el propio pasaje primario de miles de trabajadores a una concepción ideológica marxista-leninista?.
El logro de tales objetivos forma un eslabón primordial para pasar del período de acumulación de fuerzas a fases más avanzadas en el curso de la revolución uruguaya. Sobre esta base ha estado trabajando tesonera, audaz, a la vez que sensatamente, nuestro Partido. Esta concepción táctica ha ido triunfando y su victoria ha significado, también, tanto la derrota del oportunismo reformista como la del verbalismo infantil. La acumulación de fuerzas por el movimiento obrero y popular no se ha interrumpido un solo instante. Importantes lecciones se desprenden de este proceso. La primera y principal consiste en saber armonizar una línea de extensión y amplitud, de incorporación cada vez más amplia de masas lanzadas a la lucha, con la profundización, con la creación escalonada y permanente de nuevas condiciones para su elevación ideológica y su maduración política. Se toma en cuenta así, de un modo concreto, la situación uruguaya y se procura responder a las principales desproporciones ya señaladas del desarrollo social revolucionario.
El eje de la táctica consiste, pues, en conducir a la lucha a las masas populares, en primer término a la clase obrera, ahincándose la vanguardia profundamente en su seno. Exige una línea política clara, dirigida a todo el pueblo, no sólo a los sectores más avanzados, limpia de formulismos y de fraseología radical, pero auténticamente revolucionaria por su aptitud para unir y lanzar a la lucha a las más amplias masas, en una palabra, una línea capaz de transformar las ideas en fuerza, para repetir a Marx. Reclama unir, organizar y combatir, y no quedar sólo en declaraciones propagandísticas, aunque -claro está- la eficiencia de nuestra propaganda debe ser mucho mayor. Nos exige, en esencia, promover la experiencia de las masas, y no sólo esperar sus explosiones más o menos espontáneas.
Todo el curso de las acciones de nuestro pueblo ilustra la fertilidad de esta directriz táctica y metodológica. En el transcurso de sus múltiples luchas, las masas han acuñado un programa positivo que resume ante sus ojos el sentido de una alternativa popular frente a las clases dominantes, una perspectiva de soberanía nacional, democracia, progreso social y bienestar popular. Este programa que está al nivel de la comprensión de los sectores más amplios, ya que involucra sus reivindicaciones inmediatas, inserta, a la vez postulados democráticos avanzados: una política exterior independiente, medidas de reforma agraria, de nacionalización de la banca, los frigoríficos y otros monopolios extranjeros, liberación del comercio exterior del control imperialista, defensa de la economía nacional frente a los monopolios extranjeros y la oligarquía, salvaguardia y ampliación de las libertades y derechos populares, liquidación de la corruptela de las Cajas de Jubilaciones y establecimiento del Estatuto exigido por jubilados y pensionistas, defensa, mejoramiento y democratización del sector estatal de la economía, incremento de la cultura, defensa de la escuela pública y laica, de la Universidad y otros centros de enseñanza, atención a la salud del pueblo y leyes sociales avanzadas.
En lo esencial este programa positivo ha sido transformado en plan de acción de los sindicatos, del Congreso del Pueblo y de otras organizaciones, e incorporado al proyecto de Reforma Popular que patrocinan 200 sindicatos y sectores populares. Es un programa muy amplio. Comprende reivindicaciones que pueden ser admitidas inclusive, por la burguesía media, nacional -industrial o agraria- aunque sus ejes movilizadores corresponden a las aspiraciones del proletariado, de las capas medias urbanas y rurales, de la intelectualidad avanzada, es decir, el núcleo potencial -para expresarnos en términos sociales- de un frente liberador. En verdad, en los postulados de esta plataforma coinciden en una síntesis superior, la experiencia de las masas y nuestra línea política.
Esta plataforma se ha vuelto patrimonio de las grandes masas. Este programa -modesto y en apariencia carente de frases y definiciones revolucionarias- ha sido capaz de llevar a la lucha a cientos de miles de trabajadores en junio del 64 o en abril del 65, y de transformarse en una contraseña del movimiento popular. O sea, ha sido capaz de concitar las más grandes batallas políticas y sociales que el país recuerda. Para luto de oportunistas que conciben esta plataforma como herramienta de un diálogo adormecedor con las clases dominantes, y desesperación de los especialistas en gargarismos radicales, puestos al margen de los grandes combates, la vida ha demostrado una vez más la fertilidad revolucionaria -con una erre pero auténtica- de esta línea del movimiento obrero y popular.
La experiencia de las masas, claro está, no se inventa y no siempre las vanguardias están en condiciones de promoverla. Empero, toda la historia reciente de estas luchas patrióticas, democráticas y de clase, configura un ejemplo categórico de cómo la promoción de la experiencia obrera y popular es capaz de conducir, aún a las capas más atrasadas, a altos niveles, inclusive a “formas superiores” de lucha. Desde luego, ello exige una sensibilidad muy viva respecto a las necesidades de los trabajadores, a la vez que un sistema de relaciones con las masas mejorado constantemente, una idea táctica definida de las relaciones entre la ofensiva y la defensiva, y una visión multilateral, pero al día, de los acontecimientos. Cientos de miles de obreros, empleados, universitarios, intelectuales, jubilados y pensionistas, han luchado en los últimos años tras este programa; sus dirigentes supieron calibrar las formas organizativas y los métodos en correspondencia con el estado de ánimo de las masas y el grado de agudeza de las contradicciones sociales y políticas. En general, predominaron métodos legales sin atarse a ellos; las acciones de las masas alcanzaron muchas veces formas superiores sin caer en el aventurerismo ni arriesgar irresponsablemente la derrota.
En una palabra: un programa justo, formas de organización múltiples y eslabonadas, y la utilización de métodos adecuados según la tensión de la lucha y el ánimo de las masas, condujeron a nuevas victorias al movimiento obrero y popular, fortalecido en todos los sentidos por este duro pero flexible aprendizaje. Frente al reformista que se adecua al marco ideológico y político burgués que se justifica invocando el atraso de las masas, como a las charangas aburridoras del “blá-blá” revolucionario, los dirigentes del movimiento obrero y popular han sabido combinar -en plena coincidencia con nuestras ideas tácticas- la amplitud del movimiento con la profundidad. Ni han pretendido “politizar” abruptamente “sindicatos” para darles el gusto a los “pequeños burgueses frenéticos” (Lenin), que los agravian llamándolos “economistas”, ni han restringido las posibilidades de maduración del movimiento, inclusive en las confrontaciones con la intentona gorila o en defensa de las relaciones con Cuba, cuando los mismos “extremistas” declaraban que era fatal el golpe de Estado o que carecía de importancia revolucionaria defender las relaciones con la Isla heroica. Por el contrario, cuanto más alto era el nivel de la lucha contra las clases dominantes, más flexibles han sido sus métodos, justamente para llevar al combate a masas más amplias. Inclusive cuando se definían, en junio del 64, los problemas de “democracia” o “dictadura regresiva”, enarbolaron con firmeza las reivindicaciones económicas junto a las políticas, conscientes de ensanchar el campo de las masas cuyo “empuje” -justamente como lo enseña Lenin-, es “lo único” que asegura la victoria de las “formas superiores de lucha”.
Camaradas: A través de este proceso se han creado otras condiciones en el movimiento de masas y se han sentado premisas para una mejor correlación de las fuerzas. Estamos, pues, en un etapa nueva que proponemos definir como una fase de lucha por dirigir a las grandes masas y promover el advenimiento de una nueva conciencia política; en particular, por la conquista ideológica y política de la mayoría de la clase obrera. Al plantear el problema de las masas, es útil definir este concepto político-social. Esta categoría -las masas- no se debe estimar estáticamente. Lenin la explica cuando comenta la lucha contra las corrientes oportunistas e izquierdistas.
En una etapa determinada del movimiento, ganar las masas significa lograr que todas las fuerzas de vanguardia, inclusive miembros y amigos del Partido, se definan por una orientación determinada. Para nosotros esa etapa transcurrió del XVI al XVII Congresos del Partido, llegando hasta la elección de 1958. Fue una demostración de la unidad esencial del Partido, de sus simpatizantes y de su aptitud para ganar influencia sobre nuevas y nacientes fuerzas del movimiento obrero. En la etapa siguiente, la conquista de las masas se define como el esfuerzo por unir los caudales fundamentales de la izquierda, por acercar los cuadros de avanzada del movimiento obrero y popular, a aquellos que en varias instancias conducen los sindicatos, el medio estudiantil e intelectual y las principales batallas democráticas y reivindicativas. Aunque restan problemas referentes a la unidad total de la izquierda, esta etapa se ha cumplido en lo sustancial. La gran tarea que ahora tenemos por delante, ya esbozada por el XVIII Congreso y que éste ha heredado en un plano superior, apunta a la conquista de la mayoría de la clase obrera; a la conducción e influencia sobre las capas fundamentales del pueblo.
Ahora que el Partido ha crecido hasta ser la principal corriente del movimiento sindical y popular, que se ha definido en la izquierda otra correlación con la vigorosa presencia del F. I. de L. y otros avances de la unidad, cuando hablamos de masas nos referimos precisamente a esto, en alcances y dimensión. Este es el cogollo de nuestra táctica. Por ello debemos tener en cuenta que sin descuidar el reformismo (ideología dominante en el país), la incomprensión de la flexibilidad de nuestra táctica se puede perfilar como un peligro. Debemos superar todo resto de esquematismo, de doctrinarismo, o de dureza ante la frescura y los matices de la táctica. Estamos contra toda forma de oportunismo, de derecha y de izquierda.
Estamos contra aquellos que nos plantean la adecuación a las estructuras políticas del bipartidismo, contra los que reducen la labor de educación del movimiento obrero y temen la agudización de la lucha de clases, contra toda idea de gremialismo estrecho y prosternación ante las clases dominantes. Pero una táctica que se dirige a las masas, a las grandes masas, se basa fundamentalmente en la aptitud para conducirlas y hacerse entender políticamente por ellas. Lenin habla de ese momento de la política en que se cuenta por millones. Nosotros diríamos por muchos miles, según las medidas uruguayas. Desde este punto de vista, nuestra táctica se atiene a los objetivos estratégicos; pero parte de la construcción real, inmediata, concreta, de la fuerza social de la revolución.
Vivimos un instante que nos obliga a evocar otra vez a Lenin: “masas que el desarrollo de los acontecimientos empuja objetivamente hacia nosotros, pero que nos temen”. Sí, son cientos de miles; los obreros, empleados, intelectuales, jubilados, campesinos y pequeños burgueses, empujados objetivamente hacia nosotros por la crisis, por el fracaso de los viejos partidos por nuestra acertada política, inclusive que están combatiendo por soluciones, patrióticas y democráticas que nosotros hemos promovido, pero que todavía son contenidos por dudas, tradiciones y prejuicios. Nuestra gran tarea actual es ayudarlos a saltar esos muros, a encontrarse a sí mismos, uniendo su militancia social y política (en la acepción más amplia del vocablo) con su conducta partidista e ideológica.
Nuestra táctica debe dirigirse, pues, a facilitar ese pasaje y no ayudar al enemigo (por la fraseología barata y las actitudes insensatas), a empantanar en sus vacilaciones a vastos sectores del pueblo. El prestigio de nuestros cuadros es muy amplio: por nuestra acción sindical, parlamentaria y de masas, por la firmeza de los comunistas y de nuestros aliados del F. I. de L., en la defensa del pueblo y del país. Por ello, decenas de miles de hombres del pueblo miran hacia nosotros; pero esto no alcanza, es menester que crucen una frontera ideológica y política, o simplemente la zanja que la prédica mentirosa del enemigo ha ido excavando. En el momento actual, aquello que facilite y apresure ese pasaje es revolucionario; lo que lo retrase es objetivamente un regalo a la reacción, un factor de alejamiento de la hora revolucionaria.*
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LUCHAMOS POR ABRIR UNA GRAN ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA
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Se suele decir que en cada momento el acento debe ser puesto en un aspecto para destacar su importancia. Y esto es verdad, en términos comunes, pero ya la cuestión no es tan simple cuando se sitúa en la vida, en el torrentoso andar de las masas, en las agudizadas contradicciones de clase. Las cosas se hacen entonces más complejas y se confunden; la vida transcurre dialécticamente y no en oposiciones metafísicas; el blanco y el negro en la lucha aparecen entremezclados como en la paleta del pintor. Y así vemos: luchamos por abrir una gran alternativa democrática en el país y esto puede ocurrir por un cambio en la militancia y en la conciencia de las grandes masas, preferimos la utilización de los métodos legales y de aquellas herramientas, procedimientos e instrumentos que faciliten el pasaje de las masas a posiciones avanzadas que no las asusten, que no las detengan.
Aunque no nos atamos a ellos, ni tememos otras circunstancias de la lucha. Y el Partido debe ser muy amplio en su expresión propagandística, en sus consignas, en sus métodos, en la gradación de las acciones, en la distinción de los enemigos principales y de los aliados potenciales, aunque ahora pudiéramos estar combatiendo contra algunos de ellos, en la elaboración del sistema de alianzas y en la ampliación de sus amigos. Todo eso que ya hemos hecho en el movimiento obrero, debe hacerse en lo político, en el plano de la nación. Los obreros lo demuestran. Empezaron por plenarios, siguieron por Central obrera, marchan luego con una Convención Nacional de Trabajadores y un Congreso del Pueblo. Nosotros a la vez formamos el Frente Izquierda de Liberación, y ahora luchamos por un frente más amplio.
Podríamos seguir enumerando. Debemos saber pesar todo esto con una balanza justa, con pesas chicas para medir hasta el miligramo los matices, tener paciencia, tenacidad, prudencia, flexibilidad. Todo está en debate. Pero a la vez, el Partido y las fuerzas avanzadas deben tener perspectiva revolucionaria y actuar en función de ello. Esto se mide, entre otros factores, por el crecimiento del Partido. Pero ¿de qué Partido?. De un Partido apto para todas las luchas. Nuestro país es una nación con tradiciones institucionales democráticas, pero la vida ya nos ha demostrado que el curso de la historia es más sobresaltado y que a veces pequeños incidentes que no los registra la gran historia, son los incidentes que se llaman junio del 64 y Medidas de Seguridad y combates por Cuba.
Pero además, estamos en América Latina, y Estados Unidos desarrolla su plan poniendo en el orden del día la guerra contra nuestros pueblos, el gorilismo sistemático, el exterminio de los cuadros, la penetración del aparato de estado. La política exterior de Estados Unidos para América Latina es la CIA, el FBI y los comandos asesinos, más que la norma diplomática, si es que se pueden separar así, dos caras de la misma moneda. Y actúa inclusive con fórmulas de constitucionalización de la antidemocracia con perdón del compañero de Colombia, yo diría de “colombización” de América, con el bipartidismo estatuido sobre la base de una restricción drástica de la democracia. El intervencionismo se vuelve doctrina.
Los cambios pueden, pues, sobrevenir dentro de una línea muy amplia y matizada: ya sea por la iniciativa del gorilismo o porque el estallido de las contradicciones sociales ha llegado a un punto tal que, sin haber madurado todavía las condiciones de la revolución, el enemigo las aprovecha para pasar a la ofensiva previendo que el futuro le será adverso. Y por lo tanto, el Uruguay, tradicionalmente institucionalizado, puede acostarse discutiendo perspectivas en el marco de la democracia burguesa y despertar en medio del atropello, del crimen, del golpe de Estado secundado por los chacales fascistas.
Ello exige Partido y Partido, masas y Partido, aparte de muchas consideraciones de carácter técnico que sería ocioso analizar aquí. Pero no Partido sin clase obrera y sin pueblo. Y he aquí por qué en la vida se juntan las cosas. La fundamental premisa para frenar el golpe o aplastarlo ¿cuál es?. Que el pueblo esté dispuesto a pelear, que los obreros estén dispuestos a detener el país, que los estudiantes estén dispuestos a salir a la calle, que a la sorpresa golpista del enemigo responda la cólera liberadora del pueblo.
Y ese clima, ese estado de ánimo, esa voluntad de masas que faculta todos los métodos y todos los medios para el combate ¿no son en última instancia los mismos que se exigen para ganar a las masas, para derrotar el pacto regresivo de la Reforma Constitucional e imponer la Reforma Popular?. Son en última instancia la lucha por enrolar a las grandes masas tras un justo programa, por abrir las perspectivas de poder.
En la práctica ambas tareas se vuelven una sola: la acción de las masas, su posibilidad de luchar, su voluntad clara de cambios; sin esa clase obrera movilizada habríamos podido morir valientemente, pero no hubiéramos detenido el golpe en junio del 64, o las medidas de octubre del 65 hubieran concluido en otras formas de una dictadura seudolegal.*
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