Ciudadanos orientales; compañeros y compañeras:
En esta nueva y dramática etapa política y económica que todos los orientales estamos viviendo, llena de incertidumbres sobre nuestro destino, el Frente Amplio vuelve a congregarse para manifestar su responsabilidad ante el país, para mostrar la firmeza y serenidad de su militancia patriótica, y para reflexionar en voz alta, como corresponde a los hombres públicos, sobre los nuevos problemas que se nos plantean. Y también para iniciar un proceso de respuestas, un camino viable, posible, eficaz, aunque presente dificultades, que señale reales salidas al encierro angustioso en que está nuestra patria.

Respuestas realistas y posibles
Pues todos tenemos el deber de formular y transitar por vías concretas de soluciones, y gran pecado sería que alguno se estancara en slogans o frases hechas. El programa del Frente Amplio es un programa de acción, que debe funcionar en la práctica real y efectiva de todos los días, para poder convertirse en realidad. No configuraremos la realidad del Uruguay con el mero enunciado de principios; la nueva situación del país nos impone el deber de respuestas realistas y posibles, respuestas que sean congruentes y fieles a las posiciones ya definidas del Frente Amplio, que marcan la dirección de su política, que dan sentido a sus movimientos populares.
El Frente Amplio nació hace algo más de un año, y si bien desde su constitución su propósito no se agotaba, ni mucho menos, en el acto eleccionario del 28 de noviembre, lo cierto es que de aquellas luchas, el Frente Amplio resultó efectivamente ser, como lo queríamos desde el primer momento, la nueva fuerza emergente en la vida nacional. Somos todavía minoría en relación al conjunto del país. Pero somos una minoría muy importante. Dimos un primer paro, y trescientas mil conciencias se conjugaron, en un extraordinario dinamismo y movilización. Trescientos mil orientales, adultos, responsables, que nadie va a poner en cuarentena ni a encerrar en un ghetto. Trescientos mil orientales, que son fermento en nuestro pueblo, porque son pueblo y conciencia de pueblo.
Pero hoy todo el país, y nosotros por ende, se aboca a un nuevo tiempo, con nuevos y graves problemas. Lo que debíamos enfrentar ayer era una agresión permanente a los derechos populares. Hoy, en un proceso acelerado, nos encontramos ante un estado de guerra declarada. Es un profundo cambio cualitativo. Es un cambio de la realidad, que nos exige ajustar nuestros enfoques inmediatos, porque nuevas son las coyunturas y sus exigencias. Ahora debemos contribuir a solucionar nuestro Uruguay en estado de guerra. Nada más grave para una sociedad que un estado de guerra. Y de ahí, nada más grave que nuestra responsabilidad actual en los acontecimientos que vive el país.

Debemos todos sopesar muy bien, con seriedad y profundidad que significa para el país, para todos nosotros, una situación como la declarada. No queremos la guerra, pero ya estamos envueltos en sus tragedias. Otra vez, hoy, fuimos a enterrar a uno de nuestros muertos, a un muerto del pueblo, a una víctima de esta situación, a Héctor Cervelli, militante sindical, militante del Partido Comunista, militante del Frente Amplio, a quien rendimos nuestro homenaje emocionado. Y esta es una tragedia que , viene avanzando desde todo el gobierno del Sr. Pacheco Areco.

El estado de guerra : causas y consecuencias
Los poderes públicos han reconocido o declarado que estamos en situación de guerra, lo que implica una variante inmensa, gigantesca, para las más arraigadas costumbres uruguayas. Pero no es una variante, no un salto a una situación nueva en el proceso que vive la sociedad uruguaya, sino una consecuencia, formalmente reconocida, del estado de violencia a que nos condujo (y nos seguirá conduciendo si algo no cambia profundamente) la política social y económica del régimen.
Es una situación nueva en cuanto a las posibilidades que en sí misma encierra. Son los hechos y su propia dinámica, que muchas veces exceden a las intenciones de los conductores, los que pueden arrastrar al Uruguay a una verdadera guerra civil.
El carácter interno de esta guerra contiene en sí mismo los signos de su esterilidad. Porque una guerra externa puede ser a veces motivo de una gran unidad nacional, de un gran fervor y esfuerzo colectivos, de una profunda emoción y dinámica patrióticas. Puede hacer que pequeñas sociedades se conviertan en gigantes invencibles, y que los Estados gigantes no puedan con esa gran fortaleza del sentimiento de liberación nacional. Es cuando una sociedad está dispuesta a pelear, a falta de muchos hombres, “hasta con perros cimarrones”, como dijo Artigas. Ante un invasor extranjero, una pequeña patria se cubre de grandeza, y eso lo hemos aprendido en nuestra propia historia oriental, con la gesta de Artigas, con la gesta de los Treinta y Tres Orientales.
Pero la guerra civil es más difícil y compleja; nace de un profundo estado de crisis interno. Por lo común, las guerras civiles se encienden por las estructuras opresivas, decadentes, de una sociedad, y la guerra civil implica un período de disgregación en la sociedad, un desgaste terrible de fuerzas, una división interna implacable.
Y en el caso concreto nuestro, es decir, un país dependiente en casi todos los planos de su existencia, a esos rigores y a esas miserias que conlleva la guerra entre hermanos, debe sumarse la multiplicación de la dependencia, el riesgo de subordinaciones que todos los orientales tenemos el deber de rechazar.
Nuestra historia tiene al respecto las más elocuentes enseñanzas, que nos es imperioso recordar. Los años transcurridos han hecho olvidar a los uruguayos lo que la guerra civil puede significar para el Uruguay. Las guerras civiles llevan, por lo general, a las intervenciones extranjeras. En nuestra historia allí están patentes la Guerra Grande, en tiempos de Oribe y Rivera, o el conflicto armado entre el gobierno de Berro y el general Flores. Un estado de guerra interno en el Uruguay, ya lo sabemos por experiencia, puede traernos intervenciones extranjeras, abiertas o solapadas, visibles o invisibles. Y las intervenciones extranjeras pueden destruir al país. Esta es una enseñanza que surge de toda la historia uruguaya del siglo pasado, y que es una advertencia para hoy. Es una advertencia para todos, para los que quieren la guerra y para los que no la quieren. No se trata de arrojarnos al peligro sin ninguna conciencia histórica y geopolítica. Esta es hora para hombres valientes que deben saber lo que hacen y por qué lo hacen.

Y esto no es ninguna exageración. Esto no es ponernos tremendistas. Nosotros no somos profetas de catástrofes, ni queremos las catástrofes, pero es nuestro deber ser vigilantes, estar despiertos, avizorar el futuro. Nos encontramos ahora en un estado de guerra de treinta días. ¿Pero quién asegura que se termina en treinta días? ¿Quién pone el plazo fijo? No hay precisiones cronométricas para la guerra, que no marca tarjeta en un reloj.
El curso de las acontecimientos es muy claro: ellos caminan hacia la agravación de la situación del país. Comenzamos con Medidas de Seguridad. Estas eran provisorias y duran ya casi cuatro años. Ahora damos un nuevo salto. Las medidas de seguridad llegan a la estatura de un estado de guerra. Por ahora es una guerra pequeña ¿pero no podrá convertirse en una Guerra Grande? Sería inmoral no tener en cuenta esta posibilidad. Sería irresponsable. Pues nada queda detenido: se crece en una u otra dirección. O se llega rápidamente a la paz, o se multiplican las consecuencias de la guerra. Y en la medida en que se multipliquen las consecuencias de la guerra, el Uruguay peligra en su independencia, en su existencia.

Los signos de una lógica bélica
Este es el marco global en que se nos plantea la nueva problemática. Puede parecer a muchos algo lejano, remoto. Y si así parece a muchos, es porque sumergidos en las velocidades de los hechos cotidianos, han quedado atrás y mantienen una visión anacrónica, ingenua, de la realidad uruguaya. No se dan cuenta del verdadero giro de los acontecimientos.
Y este giro de los acontecimientos tiene ya enormes consecuencias en la vida del país. Porque la vida de todos los días ya empieza a ser tomada por la lógica implacable de un estado de guerra. Inevitablemente la guerra implica en cualquier sociedad, una regresión de la vida civil. Un estado de guerra, en una sociedad de índole liberal, restringe libertades, restringe seguridades de cualquier orden: personal, familiar, económico, etc. La guerra impulsa a la lógica militar pura, al mando y a la obediencia, porque eso le es inherente. Se acorta el ámbito de la discusión, de la deliberación pública. Caen todo tipo de censuras sobre la vida social. Siempre ha sido así, y así será en cualquier estado de guerra. Porque éste tiene su lógica propia, sus exigencias, que no son las de la paz. Y es en mi condición de ciudadano que se honra con ser militar de la patria, que se me hace un deber conscientizar plenamente a mis conciudadanos de lo que significa una lógica bélica, que una vez puesta en marcha, no puede anularse a si misma, no puede ser lo que no es. Y que de “última razón” en la vida del Estado, comienza a ser la “primera razón”.

Estado de guerra y suspensión o restricción de derechos civiles, derechos que tienen su lugar natural en la paz, son una misma cosa. Esto ya lo comienza a experimentar la población. El estado de guerra tiene graves efectos sobre la población, en todas las dimensiones de su vida. Es el reino de la inseguridad, del miedo, de la sospecha. En situaciones de conflictos como el presente, todos están entreverados, son vecinos los unos con los otros, habitan la misma familia y aun la misma casa. No están frente a frente. en una bien definida línea de combate, como en una guerra externa. Todos conviven juntos, la sospecha: llega hasta los hijos y los padres. Es el paroxismo de la desconfianza social. Es como una gran neblina que toma a todos los habitantes del país. Y es una neblina con muerte, con violencia, con dolor. Es una neblina fratricida. Una niebla que se nos instala en e! trabajo y en la diversión, en la fábrica, en las oficinas, en la casa familiar, que se nos implanta en el corazón y rompe las más cálidas y añejas amistades. Para esto no hace falta retórica alguna. Son meros hechos desnudos.
Tal es nuestra situación objetiva. El país está en grave peligro, el pueblo está en grave peligro. No podemos dejar que el curso de los acontecimientos se despliegue al margen de nuestras decisiones, de nuestra capacidad de influencia. Si el peso acumulado de los hechos determina a los hombres, los hombres pueden modificar el curso de los hechos en la medida que sus decisiones se hagan colectivas, que interpreten las necesidades del pueblo. Entonces, ahora, ¿qué hacer? ¿Qué decisiones tomar? ¿Qué caminos proponer?

Tregua y diálogo
Un primer aspecto. Una primera respuesta inmediata. Si estamos en guerra, ésta tiene dos modos fundamentales de resolución: por diálogo entre las partes, o por exterminio de una de las partes. En nuestra historia patria, las guerras internas han terminado con un diálogo entre las partes. Finalmente, aun los victoriosos, nunca llevaron 1a guerra hasta el exterminio del otro bando. En un mes de abril como éste, hace un siglo, se puso fin a la sangrienta Revolución de las Lanzas que encabezaron los generales Timoteo Aparicio y Anacleto Medína. Se llegó a una Paz de Abril, como se le llamó. Este es un hecho constante en nuestra historia: las autoridades públicas de turno, en la ocasión, han dialogado con la subversión. Y no se pretenda introducir distinciones falsas entre “revoluciones” en el siglo pasarlo y “subversión” en nuestros; días. Para cualquier gobierno de cualquier tiempo aquellos que se han levantado en armas en su contra han sido “subversivos”. Esta es la verdad. Atengámonos pues a los hechos. Y la constante es que los orientales no buscaron terminar nunca una subversión con el exterminio de los otros orientales. Siempre se intentaron otros caminos y se llegó efectivamente a diferentes formas de diálogo.
Eso es lo que aconsejan la razón y la historia. Por eso, ahora, nosotros proponemos concretamente ante todo el país que se intente la salida del diálogo. Proponemos a las autoridades públicas y a los tupamaros que establezcan un período de tregua en la violencia, en la lucha armada. Y que en ese período de tregua se establezca un diálogo. Sabemos que esto no es fácil, pero ninguna otra solución avizoramos, lealmente lo decimos, a la situación presente.
Estamos seguros de que interpretamos un sentimiento popular profundo, que desea un “alto el fuego”entre los orientales. Todos sentimos ese clamor: ¡Basta de muertes entre orientales!
ESTE ES EL PRIMER ELEMENTO DE NUESTRA PROPUESTA, en la medida de nuestras posibilidades. Que el gobierno y el MLN establezcan una tregua e inicien el diálogo.

La paz vale cuando es justa
Pero este primer elemento no puede ser algo aislado. No es una cuestión separada, aparte de otras. No es un problema abstracto, sino un problema ligado a los grandes problemas económicos y sociales que vive el país. Para que se comprenda el sentido de nuestra propuesta, es necesario mostrar con claridad otros elementos. Para esto es indispensable recapitular un poco, a los efectos de ver como el Frente Amplio es perfectamente consecuente con su programa.
Desde su nacimiento el Frente Amplio se afirmó corno una fuerza pacificadora. ¿Por qué afirmamos que éramos una fuerza pacificadora? ¿Por qué sostuvimos el 26 de marzo del año pasado que éramos la única fuerza que podía asegurar la pacificación que todos ansiábamos? Porque proponíamos una dinámica al país, porque enfrentábamos y luchábamos por cambios estructurales en la configuración del Uruguay actual. No vamos ahora a repetir las líneas fundamentales del programa del Frente Amplio. Pero era y es ese programa el que por sus objetivos asegurará al pueblo la paz. No propiciamos una paz vacía, una paz por la paz misma. No postulamos la paz por temor a la violencia, sino porque queremos la justicia. Porque la paz vale cuando es justa. No es mera ausencia de guerra; no es algo negativo, sino positivo. Esto lo saben los hombres desde los tiempos más antiguos. Ya en la Edad Media se decía que “el orden es la tranquilidad de la justicia”, y eso es lo que quiere el pueblo: la inmensa tranquilidad de la justicia. Y esa justicia, esa tranquilidad, es una conquista. Es una lucha, una misión. Implica tener claros objetivos y detectar con precisión las trenzas privilegiadas que ahogan al pueblo. Y como nos proponíamos los cambios estructurales básicos para sacar al país del estancamiento económico y la opresión social, es que estaba en nuestro programa la amnistía. Ahora, en este momento concreto, nosotros no postulamos solamente la amnistía; será o no una resultante del diálogo que se emprenda, pues nadie puede pensar en una amnistía mecánica que arregle todo. Eso sería un absurdo. Nadie puede creer que sería suficiente decir amnistía y todo sigue como está, aquí no pasó nada. No. Aquí están pasando cosas, y esas cosas son síntomas graves. Aquí están registrándose ataques a locales y domicilios de militantes del Frente Amplio. Aquí está pasando que opera el Escuadrón de la Muerte y ninguna medida ha sido adoptada, que sepamos,. para apresar a sus componentes, verdaderas asesinos a sueldo. que no alientan ningún ideal, ni postulan ninguna propuesta, ningún modelo de organización socio-política.

No borraremos los síntomas, si no borramos las causas. Y como el Frente Amplio viene a borrar las causas del desorden establecido, es que somos la más real fuerza pacificadora.
Entramos entonces en el segundo aspecto de nuestra propuesta. Para alcanzar una real pacificación hay que comprender el verdadero significado de la violencia, las verdaderas causas de la misma, sus profundas raíces en nuestra economía, en nuestra sociedad. Existen estructuras que oprimen e impiden todo desarrollo y mejora del bienestar de la población. El diálogo que el Frente Amplio propone hoy no es un diálogo para el inmovilismo. No. Es un dialogo para transitar hacia una pacificación real y no ficta, en el papel o en los cementerios. Porque no hay pacificación real si no hay justicia social; no hay pacificación verdadera si no se buscan los caminos del bienestar del pueblo, no hay pacificación definitiva sin libertad, sin dinamismo económico creador y nacional.

No se puede pensar en paz con estancamiento. El estancamiento, la quietud, alimenta en sus entrañas la violencia. Hace veinte años que nuestro país está estancado, que produce lo mismo, que lo reparte en forma cada vez peor, que se endeuda con el extranjero. Eso trae necesariamente luchas sociales; es ese quietismo el que desata la guerra. Y esto alcanzó su apoteosis bajo el régimen del señor Pacheco Areco. Fue un régimen de parálisis, y por eso desató la violencia. Quería la dejar todo como estaba, y lo dejó en consecuencia mucho peor. Tuvo que usar la fuerza para detener, para congelar al país. Y lo ha dejado en estrado ruinoso, y lo ha dejado en guerra. Y bien, en este momento ¿cuáles son los datas de la situación? ¿Acaso hay alguna variante? ¿Tenemos nuevos indicios? Y si los hubiera ¿cuál debe ser nuestra actitud, nuestra respuesta?

Apoyo crítico a los cambios positivos
El nuevo gobierno, como todos saben, es una derivación del pachequismo. Pero hereda también la ruina del pachequismo. Al nuevo gobierno lo abruman las consecuencias más graves de la era pachequista, y su fidelidad a la línea política, económica y social del pachequismo. Tiene que multiplicar el empobrecimiento popular, desatar la inflación, declarar el estado de guerra, comenzar a desencadenar ya una lógica bélica. Y como es natural, siente que pierde todo sustento popular. Siente que va quedando en el vacío. Y ese vacío, y la gravedad del momento, lo llevan a buscar una base de sustentación de la que carece. Y entonces se manifiestan posibles nuevos rumbos en el gobierno del señor Bordaberry: el sector más reaccionario, el reeleccionismo, entra en crisis. El gobierno parece darse cuenta de que, si prosiguiera en sus trillos, tendrá a todo el país masivamente en contra. Y entonces busca el acuerdo con el Partido Nacional, con las fuerzas centristas del senador Ferreira Aldunate, que representa en loa hechos amplias masas populares.

Y ahora parece que el Partido Nacional pone dos condiciones de cambio en el terreno económico: la reforma agraria y la nacionalización de la banca. Esto seria un giro positivo en los acontecimientos que vivimos. Claro, por supuesto, que la reforma agraria del señor Wilson Ferreira y su nacionalización de la banca, no son las nuestras. Nosotros vamos más allá. Pero esas propuestas constituyen una salida del inmovilismo que nos trae la guerra. Son un intento de tocar problemas centrales del país, a los que el régimen pachequista se había cerrado y negado sistemáticamente. Cierto: si el señor Ferreira Aldunate no adoptara, para el acuerdo con el gobierno, esos puntos de su programa. perdería su base de sustento popular. El también refleja, de algún modo, las presiones de las masas, las necesidades del pueblo, que le exigen emprender cambios so pena de disgregación de sus fuerzas.

Porque en esto del llamado Acuerdo Nacional hay una sola cosa cierta, y es que no puede establecerse sobre los métodos de represión, que sólo atacan a las consecuencias de la violencia, y no a sus causas. Que se tenga de ello clara conciencia.

Y bien, ya está perfilado el segunda elemento de nuestra respuesta a la situación actual. Lo decimos sin vacilaciones y con toda firmeza. El Frente Amplío, que es una fuerza opositora, que es la más real fuerza opositora .al régimen, está dispuesto a apoyar todo cambio positivo que se emprenda. Será un apoyo crítico e independiente. Un apoyo crítico no al gobierno, sino a cada medida concreta de real relevancia para el país. Apoyaremos medidas concretas, no al gobierno en su conjunto, al que someteremos, en el Parlamento y en la calle, a la más firme crítica, porque conocemos perfectamente sus limitaciones, sus contradicciones, sus compromisos con las fuerzas regresivas. Continuaremos presionando sin cesar a través de las movilizaciones populares, para acentuar, para promover, para impulsar todos aquellos índices concretos de cambio real en las estructuras del país. Siempre en el camino de las reivindicaciones populares y de la recuperación del país.

Aquellas medidas. positivas de. cambio que, aunque en nuestro concepto se queden .cortas, recibirán nuestro apoyo. No nos encerramos puramente en la literalidad de nuestro programa, diciendo “lo nuestro o nada”. Porque eso sería encerrarnos nosotros mismos en un ghetto, eso sería volver la espalda a la realidad. Claro que lucharemos por nuestro programa con todas nuestras fuerzas, porque estamos convencidos de que constituye la solución de los problemas de nuestra patria, pero apoyaremos toda medida que concurra a él. No cedernos en nuestras metas, pero -por eso mismo- estamos dispuestos a dar todo paso que nos conduzca a ellas. No es que nos conformemos con menos, pero impulsaremos todo lo que construya el más.

Soluciones congruentes con los métodos y objetivos del Frente
Esta dinámica que está dispuesto a seguir el Frente Amplio en su camino de oposición es congruente con sus métodos y con sus objetivos. El Frente Amplio tomó, desde su fundación, el camino de la lucha política en los marcos institucionales, para seguirlo hasta sus límites. Definimos en nuestra Declaración Constitutiva del 5 de febrero de 1971 nuestro criterio, que hoy reafirmamos: las grandes transformaciones que el país reclama sólo podrán lograrse mediante la lucha y la movilización de las masas, porque seguirnos considerando que el pueblo organizado democráticamente es el. protagonista del proceso histórico. Esa es nuestra definición. Que nadie nos confunda ni quiera confundirnos con lo que no somos. Nuestra metodología es una, claramente expresada en nuestra línea de conducta.

El Frente Amplio presionó con la opinión popular, con las masas, con su movilización incesante, incluso para asegurar, bajo el imperio de la regresión pachequista, que se realizaran elecciones en los marcos de la Ley y la Constitución. Hoy estamos también en una militancia por la vigencia plena de los derechos civiles. Y, como lo vimos con total claridad, la lógica bélica lleva necesariamente a la limitación y -finalmente- al cabo de su camino, a la destrucción de esos derechos civiles y al imperio del miedo y la inseguridad. El miedo lleva a multiplicar el miedo. La guerra lleva a multiplicar la guerra, si no se cambian radicalmente los planteos. Y nosotros vamos a contribuir con nuestra fuerza, con nuestra lucidez, con nuestra perseverancia de todos, los días, a que se modifiquen los planteos.

De ahí nuestra perspectiva de hoy. Nuestra propuesta de alto el fuego y diálogo. Nuestra decisión de apoyo critico a las medidas concretas que impulsen cambios estructurales reales, en beneficio del pueblo y de la economía nacional. Para eso no necesitamos participar en ningún “acuerdismo”, para eso no necesitamos ningún cargo oficial, porque el único cargo que tiene el Frente Amplio es no perder jamás su función real de vanguardia en la conciencia popular uruguaya. Y ejercer esa vanguardia con la responsabilidad de cada momento, convirtiendo a cada momento en escalón para nuestros objetivos finales, para el bien de la República.

Sin duda, vivimos en un proceso difícil, en el más difícil, que es el salir realmente de una situación de guerra generada bajo el régimen pachequista y formalmente declarada bayo el régimen actual. Esto no se consigue en un instante, como tampoco en un instante se realizan todos nuestros objetivos. Ellos son meta y a la vez guía en los vericuetos del proceso, que es también vivencia de esos objetivos en la conciencia de las mayorías populares.

Defensa económica del pueblo
La defensa económica del pueblo también es requisito necesario de cualquier pacificación. Nosotros pretendemos y aspiramos a las más hondas transformaciones económicas del país. No puede existir un objetivo de justicia social, de paz, de concordia básica entre los orientales. si no se mejora la actual distribución del ingreso. ¿Cómo mantener la tranquilidad pública con salarios extraordinariamente inferiores al aumento del costo de vida? No es una aspiración demagógica el que los trabajadores mantengan su nivel de vida. Hay un amplio consenso al respecto. Los propios sectores industriales y comerciales proclaman que una depresión de los salarios de los trabajadores perjudica sus propios intereses.

Mantener el poder adquisitivo de las capas más sufridas de nuestra población es un derecho, no una concesión gratuita. La justicia social y la propia marcha de nuestra economía exigen que ello se reconozca.

Y esta lucha por el aumento de salarios, por el aumento de la capacidad adquisitiva del pueblo, es también una lucha por la industria nacional. No hay industria nacional que pueda sostenerse sin un mercado consumidor interno con real capacidad adquisitiva. Los bajos ingresos del pueblo son ruina de la industria y del comercio nacionales.

Es que sólo el progreso, el buen nivel de vida popular, son bases sólidas para realizar una auténtica pacificación, para lo que se requiere aumentar nuevas fuentes de trabajo. No se puede seguir esperando que la espontaneidad de una economía en crisis sea capas de crear más trabajo y posibilidades de vivir decorosamente a miles de orientales. Por eso estamos dispuestos a encontrar y apoyar fórmulas tendientes a evitar que oigan emigrando al exterior tanta gente preparada, tantos obreros especializados, tantos técnicos, que significan una creciente debilidad para el país. Debemos eliminar pues, los diques de, contención de una estructura retrógrada que impiden hoy el trabajo productivo y la mejor distribución de sus frutos.

Y no se puede transitar hacia ningún cambio si no empezamos por cuidar la riqueza que nuestra población crea con su trabajo. Hay que terminar con la sangría de dólares hacia el exterior que realizan pequeños sectores muy acaudalados, que especulan con nuestra miseria, que envían sus dólares a Suiza, Estados Unirlos o las Bahamas, a la vez que se multiplica nuestra dependencia con los acreedores extranjeros.

Así se ahogan nuestras posibilidades de cancelar compromisos exteriores y evitar otros más leoninos. ¡Es a esos grupos que debe dirigirse la guerra! La guerra contra la especulación, contra la banca usurera, y contra quienes hoy, abiertamente, pretenden sacar tajadas de las dificultades de nuestro pueblo. Es necesario también nacionalizar las divisas. ¡Esa si, es una guerra que conduce a los cambios que necesitarnos para la paz!

Finalmente, en estos aspectos económico-sociales, queremos insistir en que nuestro motor de crecimiento está en el comercio exterior. Es un hecho. Pues bien, hagamos funcionar ese motor a toda máquina, pero encauzándolo hacia el interés general y no de un pequeño grupo de empresas exportadoras. No puede entenderse cómo las empresas frigoríficas pueden seguir recibiendo subsidios rnultimillonarios, cuando los precios de la carne son los más altos que se han conocido. Si las empresas administran mal los frigoríficos y recogen sus ganancias mediante prácticas que han demostrado ser contrarias a la economía nacional, deben ser nacionalizadas. Debe aprovecharse al máximo los altos precios de la carne, las divisas que ello genera, y la realidad demuestra que la actividad privada no lo ha hecho, para el país. Se dice que debemos exportar lo máximo posible, que debemos dejar de comer carne para que nuestro país salga del pantano, que debernos sacrificarnos. Pero si ello ocurre así mientras un pequeño grupo de intereses privados hace todo lo opuesto en perjuicio de todos, entonces la verdad es que el callejón no tendría ninguna salida. As! no hay salidas para una normalización mínima del país. Por eso como un punto capital, concorde con la reforma agraria y la nacionalización de la banca, el Frente Amplio considera imprescindible proceder a la nacionalización del comercio exterior; es decir, por ejemplo, la nacionalización de los frigoríficos y el monopolio estatal de divisas. De lo contrario, e! Estado no tendrá recursos propios para financiar ningún desarrollo económico. Esto lo vive el pueblo en carne propia.

La paz para eliminar el privilegio
En suma. El Frente Amplio quiere la. pacificación para cambiar. Quiere el cambio para la pacificación. Son dos rostros de un mismo proceso. No hay pacificación en la quietud, sino en el movimiento dialéctico de esos dos momentos, capaz de erradicar las estructuras caducas y opresivas que hoy nos han llevado a un estado de guerra.

Con esto reafirmarnos claramente ante todo el pueblo uruguayo nuestra posición. Queremos la paz. Formamos el Frente Amplio como fuerza pacífica y pacificadora. Esa es nuestra dinámica revolucionaria. Queríamos y queremos la paz no para dejar tranquilos a quienes explotan y comercian con la riqueza del pueblo. Queremos la paz para romper con sus privilegios, encarando los cambios que todo el pueblo necesita, porque ya está demostrado que sin ellos nada de lo que el pueblo ha conquistado en el pasado puede tan siquiera mantenerse.

La paz social no se logra con el mero acuerdo de los dirigentes políticos. La paz social constituye una conquista social, y su solidez depende de .la base que la sostenga. Luchar contra la injusticia es, pues, el modo primario y fundamental de lograr la paz.

Esa lucha pacificadora nos compromete a todos los verdaderos orientales, y en primer lugar a los que ocupan . puestos de vanguardia, a los militantes frentistas. Una militancia que debe estar, hoy, hacia adentro y hacia afuera, en la dirigencia y en las bases, más unida que nunca.

Militancia por la justicia
Desde todas las posiciones, desde el trabajo, la fábrica, la oficina o el barrio, los militantes del Frente Amplio deben luchar por la paz, es decir, por la justicia, definiendo y ajustando su militancia en función de los criterios y métodos que nos singularizan, mediante la lucha y movilización de las masas populares en la convicción de que sólo así podrán crearse las condicionas que permitan instrumentar los medios que hagan posible reintegrar a la vida política constructiva a todos los sectores sociales de la comunidad.

Los militantes del Frente Amplio deben consolidar, en esta hora dramática, los Comités que los agrupan en sus lugares de trabajo y de estudio. Desde todas las posiciones, los militantes del Frente deben luchar por la paz, por la justicia; y especialmente desde los sindicatos, apoyando las justas reivindicaciones de los trabajadores uruguayos, luchando codo a codo con todos los trabajadores del país, cualquiera sea su orientación partidista, por objetivos claros y justos.

Ese encuentro entre militantes sindicales y políticos debe ser la base para fortalecer tanto a los sindicatos como a los Comités de trabajo o de estudio. Sobre ambos descansa, tanto en los tiempos actuales como en los que se avecinan, la mayor responsabilidad, De la militancia gremial y política depende, en última instancia, convertir en verdadera paz una tregua, un alto el fuego.

Y a nivel barrial tenemos que confiar una vez más en esos baluartes de las libertades populares que son los Comités de Base. Ninguno debe cerrar sus puertas con ademán temeroso o decepcionado. Los Comités de barrio deben ser vanguardia de la tenacidad y la esperanza; deben salir de sí mismos y, sin objetivos proselitistas de ninguna clase, ponerse al servicio de todo el pueblo uruguayo, servir al reencuentro de todos los orientales que luchan por la justicia y por la paz.

Reencuentros que podrán convertirse en fermentales asambleas populares, en tribunas libres para que les vecinos publiciten su descontento ante la carestía y la escasez, pero quizá también para que se organicen colectivamente con vistas a atacar y destruir la especulación donde quiera que se la encuentre.

Cada Comité de Base decidirá las mejores condiciones de momento y lugar para propiciarlas; porque nadie mejor que los militantes frentistas para hacerlo, por su valentía, imaginación y empeño de siempre, a lo que deberá aunar ahora una flexibilidad nueva y fecunda, porque en tales asambleas interesa más aprender que enseñar.

Ciudadanos, compañeros, orientales todos: en esta dramática encrucijada en que el país se encuentra, ante las difíciles perspectivas que hoy se avizoran, el Frente Amplio dice hoy su palabra serena y esperanzada, y plantea con toda franqueza sus puntos de vista con respecto a las soluciones posibles, al mejor camino posible para salir de esta situación que vivimos y que a todos nos afecta. Sólo nos guía, como siempre, nuestro amor por la patria y nuestro desvelo por sus mejores destinos. Convocamos a todo el pueblo uruguayo, a todos las buenos orientales, a transitar las sendas que hemos trazado, en la convicción de que no hay otras, en la coyuntura presente, que nos permitan avanzar hacía la plenitud de la justicia, de la libertad y de la prosperidad nacionales, de la soberanía nacional.

Hubiéramos querido realizar este acto al pie de la estatua de la Libertad, que es nuestra vocación y nuestro empeño. Bajo su signo, al pie de nuestro Gaucho y mirando a extramuros, hacia el país entero, reafirmamos nuestra fe, nuestra esperanza, pero también nuestra confianza. Seguros y fuertes en nuestras ideas, en nuestros métodos, en el Frente Amplio como instrumento para que el Pueblo Oriental alcance su destino.

¡Y el futuro es del Pueblo, compañeros!

Texto y subtítulos tomados de: Gral. Líber Seregni- Solamente el Pueblo.
Comisión de Propaganda del FA.- Ediciones Uruguay – Suecia- 1981
https://noesfacilblog.wordpress.com/historia-2/liber-seregni-discurso-29-de-abril-de-1972/