Julio Castillo
El Chasque 210
31/10/2025

Según se cuenta en la Odisea, Sísifo hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente una piedra gigante montaña arriba hasta la cima, solo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así por la eternidad. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.

Para Albert Camus, es el individuo, uno mismo el que debe abrazar el proyecto de darle sentido a la vida, y no caer en la trampa de adoptar una existencia inútil y absurda como la que Sísifo tenía al arrastrar la piedra ladera arriba una y otra vez.

Pero esta idea de Camus es la que sostiene el argumento ideológico de que “querer es poder”, basta con proponérselo y tener la voluntad necesaria para lograrlo.

Pero los hechos no son tan simples.

Millones de personas se levantan todos los días y empujan su roca sin saber por que lo hacen. En realidad son una pieza más de una maquinaria de explotación que los hunde en los infiernos de la alienación del trabajo sin sentido. Ven sin ver, no conscientes, cegados por un sentido común les dice que el esfuerzo personal, con jornadas diarias de 12 horas y la simple voluntad pueden conquistar la cima de la pirámide. Hay cientos de manuales dedicados explicarnos como obtener éxito, historias épicas, desde Robinson Crusoe pasando por los garajes emblemáticos de Steve Jobs y Bill Gates o films dedicados a Ray Kroc y su persistencia como única fuerza capaz de transformar un simple local de ventas de hamburguesas llamado McDonald´s en un imperio mundial.

La metáfora en el films “Matrix” explica que la libertad se alcanza en tanto somos conscientes de la realidad en la cual vivimos y de ella nace la necesidad de cambiarla. Sucede cuando Morfeo le ofrece a Neo elegir tomar entre una pastilla verde y otra roja, esta última conlleva a “ver” la verdad que hasta ese momento era negada.

La maquinaria cultural hegemónica del capitalismo ha reforzado la idea de que lo único que importa es mirar exclusivamente por los intereses personales. Convencernos de que somos libres y que la posibilidad de alcanzar el éxito en la vida depende de la voluntad con la cual empujemos la roca hasta la cima.

La desconstrucción del trabajo, el desmantelamiento y sustitución de los procesos colectivos de producción por el trabajo a destajo, a distancia o tercerizado, culminan constituyendo un ser aislado que compite con sus iguales. Ya no es un trabajador, es un “emprendedor”. Y este contexto que impone el neoliberalismo destruye lo colectivo y a la comunidad, dando paso a individuos que luchan entre sí y cuya medida de su existencia se vincula con la capacidad de consumo. Parafraseando a Descartes, “pienso luego existo”, hoy fue sustituido por “consumo, luego existo”.

Este esfuerzo individual por intentar inútilmente llevar la roca hasta la cima y alcanzar el éxito ha reforzado la frustración y la rabia, creando condiciones para la violencia social, el odio al migrante, al pobre, a lo diferente o culpar a la mala suerte, a los astros que no se alinearon o a Dios que nos abandonó por alguna razón incomprensible.

Es tal la hegemonía del capitalismo que nos ha hecho creer que es eterno y por lo tanto es en vano el esfuerzo por cambiarlo, como Sísifo en su intento absurdo e inútil de llevar la roca hasta la cima sin que vuelva a rodar hacia abajo.

Ante la imposibilidad del cambio surgen las teorías que pretenden atenuar los aspectos negativos del sistema o por el contrario, nos conducen hacia la derrota definitiva, a un nihilismo brutal donde la vida carece de significado, propósito o valor, afirmando que estamos frente al fin de la humanidad. Si no se presenta otra alternativa a este presente, si desaparece el futuro y es inútil cambiar el rumbo de los acontecimientos, entonces efectivamente lo único que queda es sentarnos a contemplar y comprender lo inevitable e irreversible de un mundo donde la política ha fracasado y el dominio pertenece únicamente al instinto de supervivencia y entender que no habrá ningún retorno a la democracia, ni fin de las guerras, ni límite en la deshumanización.

¿Es fatal que estemos condenados a vivir la tragedia de Sísifo y solamente podremos lamentarnos por la inevitabilidad de los hechos como lo describe el poeta español?

¡Qué pena,
que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!”? (León Felipe)

La derecha busca despolitizar a los pueblos para después captar esas masas desencantadas, sin esperanzas y desorientadas en su frustración personal para conducirlas contra aquellas fuerzas que se oponen al saqueo abierto del capital financiero de las grandes multinacionales y luchan por construir un mundo nuevo.

La izquierda necesita desmantelar esa estrategia y ese horizonte inamovible. Debe organizar al pueblo en torno a la batalla concreta por sus necesidades, debe estar junto a la gente para mostrar que lo que pasa a uno le pasa a muchos, que la salida no es individual y que la tragedia que vive personalmente es la de la gran mayoría.

Es en la lucha concreta que se toma consciencia de quienes son los verdaderos enemigos del pueblo y es ahí cuando surge la necesidad de resistir y sublevarse contra el sistema que somete y explota a la amplia mayoría de la humanidad.

Debemos preguntarnos que hacemos en esa dirección. Lo cierto es que insistimos en el esfuerzo inútil de querer resolver las desigualdades o las injusticias del capitalismo simplemente haciéndole un lavado de cara. Es un esfuerzo absurdo y no tiene ninguna posibilidad de éxito, además de ser engañoso y frustrante. El FA estuvo 15 años en el gobierno con mayoría parlamentaria y subió la roca hasta la cima para verla rodar nuevamente hacia el fondo. Hoy volvemos a intentar subirla haciendo exactamente lo mismo que en el período anterior. Se mantienen los asentamientos, los niveles de pobrezas se agudizan, se agravan los niveles de violencia, etc. La Facultad de Arquitectura realizó en estudio que señala que al 2030 (ahora nomás) tendremos unas diez mil personas en situación de calle, aproximadamente un 50% más. De confirmarse esta tendencia (que oculta otros dramas sociales) estaríamos frente a la inutilidad de haber repetido -como Sísifo en su intento de subir la roca a la cima- los programas y planes que fracasaron en el pasado, reafirmando ante los ojos de los ciudadanos el carácter inútil y vacío de la política como palanca para lograr los cambios.

Quebrar el mito de Sísifo pasa por pensar fuera de lo común, buscar otros caminos y no repetir los que fracasaron. Pasa por rescatar el pensamiento de izquierda y abandonar el reformismo. Somos de izquierda, por lo tanto, debemos diferenciarnos radicalmente de la derecha; construir un horizonte que le de sentido a lo que hacemos, una razón de ser, un motivo superior, una bandera, una idea por el cual debamos batirnos en esta lucha por conquistar la cima y cambiar la realidad en la que viven hoy la mayoría de nuestros compatriotas.