09/04/12

Si las elecciones presidenciales del mes próximo resultan según lo esperado, Francia se dirige hacia un enfrentamiento a causa del desastroso impulso de austeridad que ahoga hoy la vida económica de la eurozona. Al igual que en Gran Bretaña, la economía lucha por recobrarse del derrumbe de 2008, cargada con las deudas de los bancos malos y encaminada a recortes y aumentos de impuestos que la debilitarán, pero con el peso añadido de verse aherrojada en un tratado orquestado por Alemania que ilegalizara el estímulo económico. 

Desde las atrocidades del mes pasado en Toulouse, el presidente Nicolas Sarkozy ha subido un poco en las encuestas, dando gusto a xenófobos e islamófobos y postulándose como adalid de la seguridad. Pero el presidente más impopular en los 53 años de la V República Francesa todavía está seis puntos por detrás de su rival socialista para el desempate de la segunda vuelta. A menos que se produzca alguna alteración imprevista, se espera una vez más que el titular del cargo que ha pasado la crisis se vea finiquitado y se elija como presidente en mayo a François Hollande. 

El insípido Hollande queda muy lejos del radical al que le dan vueltas los ojos retratado por los medios de información británicos. "Abrimos los mercados a las finanzas y la privatización", se jactó recientemente, refiriéndose a los gobiernos socialistas de afectos neoliberales de los años 90. Y ha respaldado la regla "de oro" de presupuesto equilibrado que exige el nuevo tratado fiscal. Pero también ha prometido renegociar el tratado y apoya un programa de empleo sufragado por impuestos a los bancos y la riqueza, junto a una tasa impositiva del 75% para aquellos que ganan más de un millón de euros al año, asunto como para provocar pesadillas a George Osborne [Ministro del Tesoro británico].

 

Lo que ha transformado la contienda ha sido el espectacular ascenso de Jean-Luc Mélenchon, antiguo ministro socialista y candidato del Front de Gauche (Frente de Izquierda), que ha pasado del 6% al 15% en pocos meses, convirtiéndose en "tercer hombre" fundamental en las elecciones. Lo ha logrado con una campaña descaradamente populista, tomando como objetivo los votantes de clase trabajadora marginados que son presa del Frente Nacional, inspirando a jóvenes abstencionistas y utilizando el tipo de lenguaje de la calle ajeno a los círculos mágicos del estamento político francés que él abandonó.

El resultado, tal como informó The Economist, ha constituido toda una "sensación". El mes pasado Mélenchon apeló una "insurrección cívica" ante cien mil de sus partidarios reunidos en la Plaza de la Bastilla de París. Respaldado por los comunistas, ha unido a casi la totalidad de la quisquillosa izquierda francesa tras él, demandando un límite para los ingresos anuales superiores a 360.000 euros, el desmantelamiento de la OTAN,  control de los bancos, retirada de Afganistán, referéndum sobre el tratado de la UE,    "desobediencia" europea y derecho de los trabajadores a hacerse cargo de fábricas amenazadas de cierre. De forma crucial, le ha puesto la proa a la Marine Le Pen acosadora de musulmanes del Frente Nacional, – a la que denunció como un "monstruo de asco que escupe odio" – sobrepasándola en las encuestas, y contribuyendo en ese proceso a disipar la amenaza de que pudiera alcanzar la segunda vuelta, como fue el caso de su padre en 2002. De modo aun más revelador, el éxito de Mélenchon ha empujado a los dos candidatos principales a adoptar una retórica más radical sobre la economía: la tasa impositiva del 75%  de Hollande fue una respuesta directa al fenómeno Mélenchon, mientras que ahora hasta Sarkozy exige que paguen más los ricos y juguetea con alguna desobediencia propia respecto a la UE.

No se puede, por supuesto, trasponer una campaña nacional francesa que compromete a millones de personas a los extraordinarios resultados electorales de Bradford Oeste, que han visto cómo George Galloway conseguía mayor incremento en la proporción de voto que la de cualquier elección parcial (Irlanda del Norte aparte) desde 1945, y con más votos que los de todos los demás partidos juntos. Pero algunos paralelos son, con todo, llamativos.

En ambos casos, un antiguo parlamentario bien conocido del principal partido de centro izquierda ha recurrido a un populismo carismático de izquierda radical para movilizar a votantes distanciados en el extremo más afilado de la austeridad contra una élite política que ha fracasado a lo largo de décadas a la hora de hacer algo por ellos.

Tal como sucede con Mélenchon, los medios informativos metropolitanos aborrecen tanto a Galloway que – a excepción del Guardian – ni siquiera supieron dar cuenta informativamente de la marea ascendiente de apoyo a Respect [formación política de Galloway] durante la campaña y se han mostrado en buena medida incapaces de explicar su sentido desde entonces, desestimándolo como algo fuera de lo común que se explica atendiendo a la pintoresca personalidad de Galloway y a su capacidad de "jugar la carta musulmana".

Es cierto que el historial de Galloway en lo que respecta a guerras y ocupaciones respaldadas por Occidente, así como su defensa sin compromisos de la comunidad más demonizada del país, le otorgaba una credibilidad especial en un distrito electoral con un 37% de población musulmana. Y la petición de retirar las tropas de Afganistán es desde luego popular entre los musulmanes, si bien la apoya también el 70% del país.   

Pero el ímpetu central de la arremetida de Galloway en Bradford se dirigió de hecho a los recortes, tasas de matrícula escolares, desempleo, pobreza y declive de una ciudad abandonada y mal gestionada por todos los partidos principales. Respect hizo campaña como "laborismo de verdad" frente al Nuevo Laborismo, mientras Galloway declaraba que quería "arrastrar al laborismo por una senda progresista". Y lejos de dividir a las comunidades siguiendo líneas étnicas o religiosas, logró mayoría en todas y cada una de las partes del distrito electoral, incluyendo las zonas mayoritariamente blancas.  

Bradford ha supuesto un voto contra la austeridad y la guerra, pero también contra un estamento político vilipendiado del yo-también, local y nacional. Ese distanciamiento ha ido creciendo con los años, pero a medida que se fuerzan los recortes y el nivel de vida se ve sometido a un rigor aun mayor, hay que esperar más acontecimientos extraordinarios cuando surjan oportunidades.

Esa distanciamiento es corriente en toda la Europa desindustrializada, desregulada y puede también explotarlo la derecha. Se trata de un supuesto común, basado en la experiencia de la década de 1930 sobre todo, que la derecha populista está mejor situada para explotar la volatilidad e inseguridad de una depresión. Pero tanto la campaña de  Mélenchon como la de Galloway, entre otras, constituyen un recordatorio de que la izquierda puede marcar el ritmo político si está preparada para dar voz a las auténticas preocupaciones de la gente. 

En Francia, el único peligro de victoria de Sarkozy proviene de que no veamos a Hollande ofrecer una auténtica alternativa. Y cuanto mayor sea el voto de Mélenchon en la primera vuelta, más difícil le resultará Hollande ceder cuando llegue el choque con con Angela Merkel, Bruselas y los mercados financieros.

Por lo que respecta a Gran Bretaña, una candidatura del género de la de Mélenchon o Bradford no podría por supuesto elaborar lograr una estrategia nacional triunfante. Pero ambas apuntan a un abismal espacio político no representado. O Ed Miliband se muestra más audaz en el intento de sacar al laborismo de una herencia desacreditada y dar voz con fuerza a lo que él llama su "maltrecha base"…o lo llenarán otros a medidas que los costes de la crisis golpeen más profundamente.  

Seumas Milne es un analista político británico que escribe en el diario The Guardian. También trabajó para The Economist. Es coautor de Beyond the Casino Economy.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

The Guardian, 3 abril 2012