Aldo Scarpa
El FA no es una simple coalición de partidos de izquierda, ni mucho menos un acuerdo entre partidos y/o militantes portadores de las viejas concepciones y formas de hacer política. El FA no es expresión política de las clases dominantes de nuestro país. Por el contrario, es la expresión política de las clases y sectores populares, es el anuncio de que la madurez política de las clases subalternas alcanzó un índice capaz de provocar un salto cualitativo: la acción política consciente e independiente de éstos sectores y, por lo tanto, la profundización del resquebrajamiento del consenso construido en torno a la hegemonía ético-política de las clases dominantes. El gran objetivo del FA es la disputa de la hegemonía, es la lucha por la sustitución de la hegemonía de las clases dominantes por una hegemonía democrático-popular eje de un nuevo consenso social. Es la transformación de las clases populares en dirigentes (en relación a la alianza social que asume el poder) y dominante (en relación a los sectores capitalistas desalojados del poder). El FA es, después de la revolución artiguista, el segundo momento histórico y político en que las masas populares orientales recuperan para sí la acción política como actividad consciente independiente adquiriendo personalidad política propia y no subalternizada.
Tal resultado no es el producto de la genialidad de algún líder descollante o de una cúpula iluminada. No, es el resultado de la experiencia de lucha de las masas populares y del proceso de unificación de las mismas en torno de un proyecto que expresaba sus intereses, objetivos y anhelos.
De aquí se desprenden principios y señas identitarias inalienables del FA.
La unidad. La búsqueda de acuerdos y consensos como única actitud política capaz de garantizar la unidad y cohesión imprescindible del bloque social y político alternativo. Toda fisura se transforma en un riesgo, la negligencia como conducta política cotidiana en el problema de la unidad conduce a la división y a la derrota. Y esto es así porque, a diferencia del bloque dominante que apoya su poder y dirección social en una cultura y un sentido común establecido que actúa en forma espontánea a nivel de las grandes masas, la nueva fuerza social y política debe luchar contra el poder de estas potencias ideológicas, espirituales, psicológicas y al mismo tiempo ser portadora y hacer avanzar una nueva concepción del mundo y una nueva cultura sin las cuales no hay cambio. En este sentido, la unidad y la coherencia, la promoción de valores superiores en el discurso pero también en la práctica resultan fundamentales.
El FA es el resultado del proceso de maduración y unidad de las organizaciones sociales populares. Sin este proceso no existiría Frente Amplio y simultáneamente el FA crea las condiciones para que los niveles de maduración y unidad social adquiera mayor proyección. Sería un error concebir la relaciones de la izquierda y las organizaciones del pueblo como antagónicas (no lo fueron durante la gestación y el desarrollo del FA por una objetiva coincidencia de intereses, no lo pueden ser hoy más que por razones de concepciones o errores de orientación política). El FA no puede prescindir de estas fuerzas sociales sin sellar su fracaso. Las contradicciones que pueden aparecen no son antagónicas, si las dificultades se tornan críticas se trata de importantes errores políticos que es necesario encarar con conciencia, inteligencia y humildad. La unidad de este tejido de organizaciones de la sociedad civil y de la esfera política son el fundamento, la única posibilidad de nuestra victoria. En tramos del camino o circunstancialmente quizás puede ocurrir que transitemos con sectores sociales ajenos al pueblo, o los logremos neutralizar momentáneamente. Lo dirá el proceso real. Pero las fuerzas dirigentes deben ser los trabajadores y los sectores populares, sólo la hegemonía de los mismos en todo el proceso es garantía de llegar a buen puerto, de no abandonar nuestro destino y frustrar a las masas provocando un retroceso de décadas.
El FA es una fuerza revolucionaria y antiimperialista. Su objetivo es desalojar del poder a las clases dominantes “nacionales” y liberar a la patria de la opresión imperialista. El FA no nació para alcanzar el gobierno y realizar una administración más equitativa, eficiente y prolija que los partidos conservadores. Éstas, siendo tareas ineludibles, no alcanzan. Sin una proyección revolucionaria conducen, tarde o temprano, a un estrepitoso fracaso. Deben estar orientadas por la perspectiva de la consolidación de una hegemonía democrático-popular, y la misma no se logra en contra de la organización, conciencia y experiencia del pueblo sino mediante la misma.
El FA es una fuerza democrática. Lo es por composición social y definición teórico-política. Asume la democracia como un valor progresivo conquistado por las luchas de los pueblos en el desarrollo de la historia universal; y en particular, como una característica que integra las mejores tradiciones y es parte de la idiosincrasia de nuestro pueblo. Es la democracia la vía de transformación social del Uruguay. Por supuesto, la vía no debe confundirse con los métodos y formas de lucha. El Frente no condujo ni conduce a nuestro pueblo a sacrificios inútiles ni escatima esfuerzos para evitarle sufrimientos (“paz para los cambios y cambios para la paz”, sostuvo alguna vez Seregni). El nacimiento mismo del FA expresó la madurez política del movimiento popular y, en lo fundamental, la superación del infantilismo. Siempre que fue posible el FA optó (y optará) por los caminos menos dolorosos. Sin embargo, son las clases dominantes las que, en última instancia, imponen las condiciones de la lucha (“no nos dejaremos trampear nuestro destino”, decía Seregni en 1971).
La vía democrática no significa ceñirse escrupulosamente a los métodos y formas de la democracia representativa, burguesa, etc.; limitarse con lo ya conquistado por los uruguayos y establecido como norma constitucional. Esto es una visión restringida que no conduce al futuro, sino a naufragar en un presente que se proyecta hacia el pasado. Se trata de la expansión y profundización de la democracia en dos sentidos. Uno, un democratismo tomado en conjunto (económico, social, cultural, político, etc.), influyéndose y avanzando en bloque hacia una nueva organización social. Dos, en el terreno político-institucional creando formas y mecanismos que posibiliten y provoquen la acción permanente, conciente, directa del pueblo. La reapropiación de la política como actividad esencial a la condición humana devenida en el proceso histórico actividad particular de “especialistas”, terreno de dominación y no de liberación. Nuestro objetivo es la recuperación de la política por el pueblo (“los Comités de Base son el retorno del pueblo a la vida política”, según Seregni). Ciertamente, éste es un objetivo general, de largo alcance; conquistarlo supone abrir una nueva época histórica. Pero, necesariamente es la perspectiva que debe guiar toda empresa de transformación social y democrática. La cuestión es que la izquierda, a riesgo de dejar de serlo, no puede hacer política sin crear necesariamente los gérmenes, anticipos de futuro, de los organismos y mecanismos de esta “reapropiación” de la política por el pueblo. No se trata de un problema a resolver “cuando llegue el momento”. Se trata de que la izquierda no puede transformar la realidad social sino es a través de la participación conciente y organizada de las masas, sino es creando las premisas materiales, ideológicas y culturales de esta “reapropiación”. Y esto exige la maduración política de las masas, su compromiso y disciplina conciente con los instrumentos construidos por su propia experiencia de lucha, la discusión política y la toma de decisiones. Nada tiene que ver con esto las “organizaciones flexibles”, los compromisos laxos, el “aburrimiento” por la discusión política, el divertimiento y la euforia momentánea para retornar luego a los problemas particulares y que participen y resuelvan otros.
Toda transformación social es un gran acontecimiento cultural. El nacimiento del FA conmovió culturalmente el Uruguay. No es posible una revolución, “hacer temblar hasta las raíces de los árboles”, sin nuevas formas de acción, sin nuevas prácticas, nuevas formas de pensar y analizar, un nuevo lenguaje y categorías, otros valores, etc. Se limita toda profundización del cambio social sino tiene en cuenta estas cuestiones. Difícilmente pueda avanzarse sin ir más allá de la cultura y el sentido común dominante. La izquierda debe ser portadora de una nueva cultura que se exprese en cada una de sus acciones políticas dando origen a un nuevo “sentido común”. Por supuesto, hay que tener en cuenta la “realidad”, el pensamiento y los prejuicios dominantes. Pero, no para absorberlos acríticamente y adaptarnos, sino para combatirlos, para superarlos. El problema es siempre la construcción de una hegemonía popular y democrática.
En síntesis, la realidad ha cambiado y seguirá cambiando. Sin embargo, el cambio nunca es una cuestión absoluta; el cambio es ruptura y continuidad. Los cambios de la realidad no deberían sencillamente arrastrarnos, porque nosotros nacimos para cambiar la realidad, para imprimirle nuestra dirección. Para lo cual hay elementos que el FA no puede abandonar ni descuidar. Algunos de ellos son:
Su cultura unitaria y de consenso; la composición social; el carácter revolucionaria; la democracia como principio y como vía de transformación; la democracia como objetivo (poder del pueblo) y la práctica democrática cotidiana; ser portador conciente de una nueva cultura.
23 de setiembre de 2010
ALDO SCARPA
Cté. 28 de noviembre de 1971 – Coordinadora B