A CUBA
Eduardo Galeano –Entrevistas y artículos

Yo hubiera querido estar en ti para el 26, en los carnavales de Santiago. Sin sombra de duda, me hubiera gustado compartir la euforia del cumpleaños de la revolución, sentir al pueblo dialogando con Fidel en la plaza de la revolución, desde un océano de sombreros de yarey y machetes; bailar contigo en las calles; beber , contigo, guarapo y cerveza.

Pero no es fácil llegar a ti, ahora. Como estás prohibida, hay que realizar itinerarios absurdos, y largos, para alcanzarte. Mi caso , por ejemplo: de Montevideo a Buenos Aires, de Buenos Aires a Lima, de Lima a México, de México a Windsor, de Windsor a Montreal. Cinco dias de espera en Montreal, la ciudad bilingüe, donde uno lee –la belle province- en las chapas de los automóviles y –private property- en los carteles que hacen guardia al borde de los lagos y entre los bosques. Después el cruce del Atlántico, el aeropuerto de Orly, París, las muchachas anunciando la partida del avión con voz de estar haciendo el amor; de ahí a Madrid. Y de Madrid, por fin , a La Habana. Llegamos dos días después del aniversario del asalto al cuartel Moncada. Hacía nueve días que habíamos partido del Río de la Plata.

Me pregunto por qué no hemos
pasado , también por Oceanía.

Me pregunto: si fueras, como dicen, el infierno, ¿por qué el imperialismo no organiza excursiones para que todo el mundo te conozca y se desengañe?
Ocurre que rechazaste, como el indio Hatuey en la hoguera, el cielo que tus verdugos te ofrecían. Un cielo donde dos personas de cada tres sufren hambre, y es largo el trabajo y la vida corta. Un cielo administrado por generales y gerentes: el campo de concentración que tú misma eras, en la contracara de las tarjetas postales.

Altos muros visibles o invisibles,
custodiaban las playas, los hoteles,
los barrios de lujo. Te cortaban en dos.

No sólo se impide el paso de las personas. También de las cosas: grandes y pequeñas, importantes o bobas . Te acostumbrastes a prescindir de ellas, o la has remendado o inventado a fuerza de entusiasmo, o la sustituístes gracias a la solidaridad internacional. Es verdad que uno se encuentra con una fábrica que trabaja a los tumbos porque la materia prima no ha terminado de recorrer su puente marítimo de diez mil quilómetros, con un reloj que no funciona porque alguna pieza diabólica se rompió, con un refrigerador roto que se da por perdido. O con una guagua: conozco es aventura, peligrosa, divertida o insoportable, que es viajar en ómnibus; he visto los cementerios de guaguas y de autos. Pero , lejos de desanimarte, los sacrificios te estimulan. Medirte con las dificultades que se te oponen, es la manera de tomar conciencia de tu fuerza. ¿Qué importa que en la fábrica de tabacos de La Habana no tengan borrador para el pizarrón donde los obreros se alfabetizan y conquistan el sexto grado? ¿Qué importa que los alumnos y los profesores de la escuela de arte de Santa Clara- milicianos del primero al último-hayan tenido que rayar grafo de lápiz para improvisar pintura? ¿Qué importa que los carteles de solidaridad con Vietnam sustituyan, en las vidrieras, a los zapatos de taco de alfiler y a los finos extractos importados? Los obreros fabrican bujes de cuernos de buey, para echar a andar los automóviles, y Armando, mi compañero de pesca en La Cutara, es el primero en aceptar, sin sospecha de tristeza, que no hayan lentes adecuados para sus ojos enfermos, que se le hinchan al sol. Los sacrificios se comparten. El entusiasmo, también.

Me animo a decirlo, ahora que
recorrí tu largo cuerpo, y vi.

Se comparte la tensión, el estado de alarma permanente, la sensación de que cada minuto puede ser el último, y la desorbitada euforia de la construcción de un mundo nuevo en tiempo récord. Desde la ventana de mi hotel, puede ver la silueta del Oxford en el horizonte del Caribe; más acá, en el breve espacio que me separa del malecón, los cañones antiaéreos, tus cañones. “La revolución se construye en medio del peligro”, escuché decir a Fidel el otro día. “Que no nos perdonen más la vida; que vengan; el que venga quedará”, me dijo un miliciano. Cada poco tiempo, a través de agresiones y amenazas, el imperialismo se encarga de que ardan las cicatrices, te recuerda los años duros, el infierno que quedó atrás; los muchachos que aparecían, mutilados, en los umbrales de sus casas, o eran arrojados por las noches al borde de las carreteras y la policía no olvidaba ponerles una pistola en el estómago o en la mano.

“ Rompehuesos”, esbirro de Ventura,
se desmayó en La Cabaña, a la vista
del pelotón. Cada vez que gritaron:
“¡Apunten!”, se desmayó. Hubo que
amarrarlo a un poste para fusilarlo.

Todos los tuyos que no le pidieron garantías a la vida, y desafiaron la muerte, y agitaron un trapo rojo ante los ojos de la muerte, lo hicieron, sin embargo, con alegría. .Montan guardia, hoy, con alegría. Cuadra por cuadra. Todos: los que cortan la caña y los que recogen el café, los becarios de la sierra, los operarios que estudian antes o después de las horas de trabajo; los pintores abstractos y los pintores figurativos y los técnicos de las plantas eléctricas y los obreros de las fábricas de tornillos; los expertos den horticultura y riego, los alumnos de medicina o marxismo, y hasta las coristas de los night_clubs y los santones que , tras oficiar el bembé y ofrendar la sangre de sus chivos, leen el Manifiesto Comunista. Se baila la Internacional, se canta la emulación.

Camilo entró riendo en Santa Clara,
después que sus tropas atravesaron
Camaguey comiendo un día cada tres.
Los guerrilleros no podían sacarse las
botas, a causa de los coágulos en los
pies ulcerados. (Hubo que sacrificar la
yegua que cargaba la ametralladora.
Hubo que comérsela cruda, sin sal.

Magdalena de Manzanillo, tiene veintiún años, y es directora de escuelas básicas de instrucción revolucionaria, desde los diecisiete. “Este es viejo”, me dijo riendo, cuando me presentó a un compañero de veinticinco, Manuel, director de una regional. En ti, Cuba, uno no se siente culpable de ser joven. Se podría nombrarte patria del socialismo joven, patria del socialismo alegre.

-¿En general?
No. En comandante. Aquí se acabaron
los generales.

Joven y alegremente, tu revolución se mueve en el vértigo de sus proyectos, capaz de la locura, burlándose del tiempo, rompiendo los moldes sensatamente establecidos; palpitante y quemante y viva. Equivocándose y acertando, criticando a toda voz los errores propios y ajenos, abandonando un camino y desbrozando otro, con la amenaza de la destrucción a la altura de los ojos, y la sonrisa en los labios.

Bien se puede afirmar, cuba, que una revolución como la tuya, nace vacunada contra el sectarismo y el dogmatismo. Tan difícil sería que quedaras encerrada en ningún catecismo, como se criaran pingüinos aquí en el trópico, al sol, entre las palmas. Nadie podría coagularte: tu pueblo vive en estado de asamblea permanente, en la fábrica y en la guagua, en las granjas y en las calles; un libro de visitas de una exposición industrial, puede ser el inesperado campo de batalla entre quienes sostienen, con su firma al pie, que es mala, malísima y quienes afirman que muy buena, para taparles la boca a algunos; y cualquiera le explica a uno que a Fulano de Tal lo echaron de su cargo de administrador o dirigente sindical porque necesitamos revolucionarios , no papagayos. Tus dirigentes, Cuba, no se lavan la boca cuando es preciso denunciar vicios internos, errores y desviaciones, así sea al poner punto final a ciertos oportunismos o al proclamar que la Coca Cola cubana sabe a jarabe de pecho o que fue un disparate confundir a la caña de azúcar con el enemigo.

Una tarde de chubascos y tierra caliente,
un tanque de combustible volcó, al
costado de la carretera que conduce a
Camaguey. Quedamos detenidos, durante
dos horas, en una larga caravana de
automóviles. Me acerqué a un camión
lleno de milicianos. Surgieron guitarras
de no sé dónde, y alguien cantó:
Rebelde nací,
rebelde yo soy.
y rebelde moriré.

( Eduardo Galeano –Entrevistas y artículos) (1964)